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León Trotsky

 

HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA

Tomo II

 

 

Capitulo XI

El ataque contra las masas

 

Los motivos que determinan de un modo inmediato los acontecimientos de la revolución son las modificaciones que se operan en la conciencia de las clases beligerantes. Las relaciones materiales de la sociedad no hacen más que trazar el cauce de esos procesos. Por su naturaleza, esas modificaciones de la conciencia colectiva tienen un carácter semisubterráneo; sólo cuando alcanzan un determinado grado de fuerza de tensión se evidencia en la superficie el nuevo estado de espíritu y las nuevas ideas, en forma de acciones de masas, que establecen un nuevo equilibrio social, aunque muy inconsistente. La marcha de la revolución pone al descubierto, en cada nueva etapa, el problema del poder, para disimularlo de nuevo inmediatamente después, hasta ponerlo luego nuevamente al desnudo. Esta es asimismo la mecánica de la contrarrevolución, con la diferencia de que, en este caso, la película se desarrolla en sentido contrario.

Cuanto acontece en los círculos gubernamentales y dirigentes no es en modo alguno indiferente para la marcha de los acontecimientos. Pero sólo es posible penetrar el auténtico sentido de la política de los partidos y desentrañar las maniobras de los jefes relacionando uno y otras con el descubrimiento de los profundos procesos moleculares que se operan en la conciencia de las masas. En julio, los obreros y soldados fueron derrotados, pero en octubre se adueñaron ya del poder por obra de un asalto irresistible. ¿Qué había ocurrido en sus cerebros en el transcurso de esos cuatro meses? ¿Qué efecto les habían producido los golpes asestados desde arriba? ¿Con qué ideas y sentimientos habían acogido la franca tentativa de apoderarse del poder realizada por la burguesía? El lector tendrá que volver atrás, a la derrota de julio. Con frecuencia es preciso retroceder para poder dar un buen salto. Y como perspectiva, tenemos el salto de octubre.

En la historiografía soviética oficial ha quedado establecida la opinión, convertida en una especie de lugar común, de que el ataque realizado en julio contra el partido -la represión combinada con la calumnia- no tuvo apenas consecuencias para las organizaciones obreras. Esto es completamente erróneo. Es verdad que la depresión en las filas del partido y el abandono de las mismas por gran parte de los obreros y soldados no pasó de algunas semanas, y que la resurrección se produjo muy pronto y de un modo tan impetuoso, que borró en gran parte el recuerdo mismo de los días de opresión y decaimiento. Pero a medida que se van publicando las actas de las organizaciones locales del partido, se ve con mayor claridad el descenso de la revolución en julio, descenso que se echaba de ver en aquellos días de un modo tanto más doloroso cuanto que la curva ascensional precedente había tenido un carácter ininterrumpido.

Toda derrota que se desprende de una determinada correlación de fuerzas modifica, a su vez, esa correlación de un modo desventajoso para los vencidos, toda vez que el vencedor adquiere una mayor confianza en sí mismo, al paso que la del vencido decrece. La evaluación de la propia fuerza constituye un elemento extraordinariamente importante de la correlación de fuerza objetiva. Los obreros y soldados de Petrogrado, que en su impulso hacia adelante chocaron, por una parte, con la falta de claridad y el carácter contradictorio de sus mismos objetivos, y, por otra, con el atraso de las provincias del frente, sufrieron una derrota directa. Por esto fue en la capital donde las consecuencias de la derrota se pusieron de manifiesto en primer lugar y de un modo más acentuado. Sin embargo, son completamente erróneas las afirmaciones de la literatura oficial, según las cuales la derrota de julio pasó casi inadvertida para las provincias. Esto, poco verosímil aun desde el punto de vista teórico, queda refutado por el testimonio de los hechos y de los documentos. Cada vez que se trataba de grandes cuestiones, todo el país volvía involuntariamente la cabeza hacia Petrogrado. Precisamente la derrota de los obreros y soldados de la capital había de producir una impresión enorme en los sectores más avanzados de provincias. El miedo, el desengaño, la apatía, no se manifestaron por igual en los distintos puntos del país, pero se observaron por todas partes.

El descenso de la revolución se manifestó, ante todo, en una relajación extraordinaria de la resistencia de las masas frente al enemigo. Al mismo tiempo que las tropas dirigidas contra Petrogrado realizaban expediciones punitivas oficiales para desarmar a los soldados y a los obreros, bandas semivoluntarias, protegidas por aquéllas, atacaban impunemente a las organizaciones obreras. Al saqueo de la redacción de la Pravda y de la imprenta de los bolcheviques siguió la devastación del local del sindicato metalúrgico. Después, los golpes fueron dirigidos contra los soviets de barriada. Ni los conciliadores escaparon al ataque: el 10 fue asaltada una de las instituciones del partido, a cuyo frente se hallaba el ministro de la Gobernación, Tsereteli. Dan tuvo que hacer gala de no poco espíritu de sacrificio para escribir con motivo de la llegada de las tropas: "En vez de asistir a la catástrofe de la revolución, somos testigos de una nueva victoria de la misma." La victoria había ido tan lejos, que, según cuenta el menchevique Pruchiski, los transeúntes corrían grave riesgo de ser cruelmente apaleados si tenían el aspecto de obreros o eran sospechosos de bolchevismo. ¡Qué síntoma inequívoco de las profundas modificaciones sufridas por la situación!

El miembro del Comité petrogradés de los bolcheviques, Latsis, que llegó a ser ulteriormente uno de los más destacados elementos de la Cheka, consignaba en su dietario: "9 de julio. En la ciudad han sido devastadas todas nuestras imprentas. Nadie se atreve a imprimir nuestros periódicos y hojas. Emprendemos la organización de una imprenta clandestina. La barriada de Viborg se ha convertido en un refugio para todos. Allí se han trasladado el Comité de Petrogrado y los miembros perseguidos del Comité central. En la garita del vigilante de la fábrica Renault celebró sus reuniones el Comité con Lenin. Se plantea la cuestión de la huelga general. En el Comité no hay unanimidad en las opiniones. Yo sostengo el punto de vista de la huelga. Lenin, teniendo en cuenta la situación, propone renunciar a la huelga... 12 de julio. La contrarrevolución triunfa. Los soviets no tienen ningún poder. Los junkers, desenfrenados, atacan incluso a los mencheviques. Se nota inseguridad en algunos sectores del partido. Ha cesado la afluencia de miembros.... pero la gente no ha empezado aún a abandonar nuestras filas."

Después de las jornadas de julio, dice el obrero Sisko: "En las fábricas de Petrogrado, los socialrevolucionarios adquirieron una influencia considerable. El aislamiento de los bolcheviques aumentó inmediatamente la fuerza de los conciliadores y alentó a éstos." El 16 de julio, el delegado de la isla de Vasiliev da cuenta, en la Conferencia bolchevista local, de que en su barriada el estado de espíritu es, "en general", animoso, con excepción de algunas fábricas. "En la fábrica del Báltico, los socialrevolucionarios y los mencheviques nos aplastaban." En dicha fábrica, las cosas fueron muy lejos: el Comité de fábrica tomó el acuerdo de que los bolcheviques fueran al entierro de los cosacos muertos, acuerdo que aquéllos cumplieron... Verdad es que las bajas registradas en el partido fueron poco importantes: de los 4.000 miembros que había en la barriada, se dieron de baja menos de un centenar. Pero fue mucho mayor el número de los que en los primeros días se apartaron del movimiento. "Las jornadas de julio -recordaba posteriormente el obrero Minischev- nos mostraron que hubo asimismo en nuestras filas hombres que, temiendo por su piel, rompieron los carnets y se desentendieron del partido. Pero de éstos hubo muy pocos...", añade. "Los acontecimientos de julio -escribe Schliapnikov- y la campaña de violencias y calumnias relacionada con los mismos interrumpieron los progresos de nuestra influencia, que a principios de julio había adquirido una fuerza enorme... Nuestro partido se hallaba en una situación semiclandestina, y sostenía una lucha defensiva, apoyándose principalmente en los sindicatos y en los comités de fábrica."

La acusación lanzada contra los bolcheviques, de que estaban al servicio de Alemania, no podía dejar de producir impresión incluso entre los obreros de Petrogrado, por lo menos entre una considerable parte de los mismos. El que vacilaba se apartaba; el que estaba dispuesto a adherirse al partido, no se decidía a hacerlo. En la manifestación de julio tomaron parte, al lado de los bolcheviques, un gran número de obreros que estaban con los socialrevolucionarios y los mencheviques. Después del revés sufrido, volvieron nuevamente a colocarse bajo las banderas de sus respectivos partidos: ahora les parecía que al infringir la disciplina habían cometido efectivamente un error. El gran número de obreros sin partido que seguían al bolchevismo se apartó igualmente de éste bajo la influencia de la calumnia lanzada oficialmente y formulada jurídicamente.

En esta atmósfera política, los golpes de la represión producían un efecto profundo. Olga Ravich, una de las militantes más antiguas y activas del partido, y que formaba parte del Comité de Petrogrado, decía posteriormente, en una de sus conferencias: "Las jornadas de julio tuvieron una repercusión tal en la organización, que en el transcurso de las tres semanas primeras no se podía ni pensar remotamente en acción alguna." Ravich se refiere principalmente a la actuación pública del partido. Durante mucho tiempo fue imposible organizar la publicación del órgano del mismo: no había ninguna imprenta que accediera a ponerse al servicio de los bolcheviques. La resistencia no siempre partía, en estos casos, de los propietarios: en una imprenta, los obreros amenazaron con abandonar el trabajo si se imprimía el periódico bolchevista, y el dueño de la imprenta se vio obligado a romper el trato, ya convenido. Por espacio de algún tiempo, el único periódico que llegaba a Petrogrado era el de Cronstadt.

En aquellas semanas, la extrema izquierda, en la palestra pública, estuvo ocupada por el grupo de los mencheviques internacionalistas. Los obreros frecuentaban de buen grado las conferencias de Mártov, en quien se había despertado el instinto del combatiente en el período de la retirada, cuando las circunstancias no permitían abrir nuevos caminos a la revolución, sino luchar únicamente por lo que quedaba de sus conquistas. El valor de Mártov era el valor del pesimismo: "Por lo que se ve -decía en una de las sesiones del Comité ejecutivo-, la revolución está terminada... Si la voz de los campesinos y de los obreros no puede ser oída en la Revolución rusa, retirémonos de la escena honrosamente, aceptemos el reto, no con una renuncia silenciosa, sino con un combate honrado." Mártov proponía que se retiraran de la escena luchando honrosamente a aquellos compañeros de su partido que, como Dan y Tsereteli, consideraban como una victoria de la revolución sobre la monarquía el triunfo de los generales y cosacos sobre los obreros y soldados. En las circunstancias creadas por la desenfrenada campaña emprendida contra los bolcheviques y la bajuna sumisión de los conciliadores ante las bandas cosacas, la conducta de Mártov en esas graves semanas le elevaba considerablemente en el concepto de los obreros.

La crisis de julio tuvo consecuencias particularmente desastrosas para la guarnición de Petrogrado. Políticamente, los soldados quedaban muy atrás respecto de los obreros. La sección de los soldados del Soviet continuaba siendo el punto de apoyo de los conciliadores cuando la sección obrera seguía ya a los bolcheviques. Semejante hecho distaba mucho de hallarse en contradicción con la circunstancia de que los soldados se mostrasen particularmente dispuestos a empuñar las armas. Estos últimos desempeñaron en la manifestación un papel más agresivo que los obreros, pero bajo el efecto de los golpes dieron un gran salto atrás. En la guarnición de Petrogrado, la hostilidad al bolchevismo elevóse a una altura considerable. "Después de la derrota -cuenta el ex soldado Mitrevich-, no me presento en mi compañía (donde pueden matarme) hasta que pase la ráfaga." Precisamente en los regimientos más revolucionarios, en los que habían figurado en las primeras filas de las jornadas de julio y que, por tanto, habían ,recibido los golpes más furiosos, la influencia del partido había decaído hasta tal punto, que aún tres meses después resultó imposible restaurar la organización en su filas. Diríase que la fuerza del choque recibido había destrozado a esos ,regimientos. La Organización militar se vio obligada a reducir enormemente su actividad. "Después de la derrota de julio -escribe el ex soldado Minichev-, el Comité de la Organización militar no era mirado con muy buenos ojos, no sólo por los elementos directivos de nuestro partido, sino incluso por algunos comités de barriada."

En Cronstadt se dieron de baja 250 miembros del partido. El estado de ánimo de la guarnición de la fortaleza bolchevista decayó considerablemente. La reacción llegó hasta Helsingfors. Avkséntiev, Bunakov y el abogado Sokolov se presentaron en dicho punto con objeto de obtener el arrepentimiento de los buques bolcheviques. Algo consiguieron. Ayudados por la detención de los directivos bolchevistas, por la utilización de la calumnia oficial y las amenazas, obtuvieron una declaración de lealtad, incluso de parte del acorazado bolchevista Petropavlovsk. Pero la petición de que se entregara a los "instigadores" fue rechazada por todos los buques.

No iban mucho mejor las cosas en Moscú. "La campaña de la Prensa burguesa -recuerda Piatniski- sembró el pánico incluso entre algunos de los miembros del Comité de Moscú." Después de las jornadas de julio, los efectivos de la organización menguaron. "No olvidaré nunca -dice el obrero de Moscú, Ratejin- un momento particularmente doloroso. Se reúne un pleno del Soviet de la barriada de Zamoskvoresd... Veo que hay muy pocos compañeros bolcheviques... Se me acerca Stieklov, uno de los compañeros más enérgicos, y sin poder apenas pronunciar las palabras, me pregunta: "¿Es verdad que Lenin y Zinóviev llegaron en un vagón precintado? ¿Es cierto que trabajan con dinero alemán?..." Al oír estas preguntas, el corazón se me encogía de dolor. Se acerca otro compañero, llamado Konstantinov. "¿Dónde está Lenin? Dicen que se ha fugado... ¿Qué pasará ahora?" Y así sucesivamente." Esta escena viva nos da una idea inequívoca del estado de ánimo que reinaba por aquel entonces entre los obreros. "La aparición de los documentos publicados por Alexinski -dice el artillero de Moscú Davidovski- produjo una terrible confusión en la brigada. Hasta nuestra batería, la más bolchevista, vaciló bajo el peso de tan ignominiosa calumnia... Parecía que íbamos a perder toda confianza."

"Después de las jornadas de julio -dice V. Yakovleva, que en aquel entonces pertenecía al Comité central y dirigía el trabajo en la vasta región de Moscú-, todos los informes que recibíamos de las distintas poblaciones acusaban no sólo un franco decaimiento entre las masas, sino incluso una manifiesta hostilidad contra nuestro partido. Fueron muy numerosos los casos de agresión a nuestros oradores. Los efectivos del partido bajaron considerablemente, y algunas de las organizaciones incluso dejaron de existir, sobre todo en las provincias del sur." A mediados de agosto aún no se nota ninguna variación sensible. Siguen realizándose esfuerzos para conservar la influencia entre las masas; no se observa progreso alguno en la organización. En las provincias de Riazán y de Tambov no se establecen nuevas relaciones entre las organizaciones, no surgen células bolchevistas; en esas provincias predominan los socialrevolucionarios y mencheviques.

Evreinov, que actuaba en Kinechma, centro proletario, recuerda la difícil situación que se creó, después de los acontecimientos de julio, al proponerse en una amplia asamblea de todas las organizaciones la expulsión de los bolcheviques del Soviet. Las bajas en el partido tomaban a veces proporciones tan considerables, que sólo después de un nuevo registro de los miembros del mismo empezaba a vivir de una manera regular la organización. En Tula, gracias a la seria selección de los obreros, efectuada previamente, no sufrió bajas la organización, pero su contacto con las masas se debilitó. En Nijni-Novgorod, después de las represiones emprendidas bajo la dirección del coronel Verjovski y del menchevique Jinchuk, se produjo un gran decaimiento: en las elecciones a la Duma municipal, el partido obtuvo sólo cuatro puestos. En Kaluga, la fracción bolchevista consideraba posible su eliminación del Soviet. En algunos puntos de la región de Moscú, los bolcheviques se vieron obligados a salir no sólo de los soviets, sino de los mismos sindicatos.

En Saratov, donde los bolcheviques mantenían excelentes relaciones con los conciliadores y aún a finales de julio se disponían a ir a las elecciones a la Duma municipal con una candidatura común, los soldados, después de la tormenta de julio, sufrieron hasta tal punto la influencia de la campaña emprendida contra los bolcheviques, que irrumpieron en las asambleas electorales, arrebataron de las manos de los electores las candidaturas bolchevistas y apalearon a los agitadores. "Nos resultaba difícil -dice Lebedev- hablar en las asambleas electorales. A menudo nos gritaban: "¡Espías alemanes! ¡Provocadores!" En las filas de los bolcheviques de Saratov hubo no pocos pusilánimes: "Muchos se marcharon, otros se escondieron."

En Kiev, que desde hacía mucho tiempo tenía fama de ser un centro de los "cien negros", la campaña contra los bolcheviques tomó un carácter particularmente desenfrenado, y no tardó en hacerse extensiva a los mencheviques y socialrevolucionarios. En dicha ciudad, el descenso del movimiento revolucionario se dejó sentir de un modo particularmente sensible: en las elecciones a la Duma local, los bolcheviques no obtuvieron más que el 6 por 100 de los votos. En la conferencia local, los oradores se lamentaban de que "por todas partes se nota la apatía y la inactividad". El órgano diario del partido viose obligado a convertirse en semanario.

El licenciamiento y el traslado de los regimientos más revolucionarios, ya no sólo habían de determinar por sí mismos el descenso del nivel político de la guarnición, sino de ejercer también una influencia deprimente entre los obreros, que se sentían más firmes cuando tenían a sus espaldas regimientos amigos. Así, por ejemplo, el traslado de Tver del 57 Regimiento modificó bruscamente la situación política, tanto entre los soldados como entre los obreros: incluso en los sindicatos, la influencia de los bolcheviques decreció enormemente. Esto se manifestó aún en mayor grado en Tiflis, donde los mencheviques, en íntimo acuerdo con el Estado Mayor, relevaron los regimientos bolchevistas por otros completamente grises.

En algunos puntos, según la composición de la guarnición, el nivel de los obreros y ciertos motivos accidentales, la reacción política se expresó de un modo paradójico. En Yaroslav, por ejemplo, los bolcheviques se vieron en julio eliminados casi por completo del Soviet obrero, pero conservaron una influencia predominante en el de soldados. En algunos sitios, los acontecimientos de julio pasaron realmente sin dejar huella, sin contener el crecimiento del partido. A juzgar por los datos que se poseen, esto ocurría en aquellos casos en que la retirada general coincidía con la entrada de nuevos sectores -que habían quedado rezagados- en la palestra revolucionaria. Así, en julio, en algunas regiones textiles, se observó una considerable afluencia de obreros a la organización. Pero esto en nada altera la apariencia de retirada general que ofrecía el movimiento.

La intensidad indudable, incluso exagerada, de la reacción de los obreros y de los soldados ante la derrota parcial, era una especie de expiación de la facilidad, de la excesiva ligereza con que se habían puesto al lado de los bolcheviques en los meses precedentes. La brusca modificación sufrida por el estado de ánimo de la masa produjo una selección automática y certera en los cuadros del partido. Podía confiarse plenamente en todos aquellos que en esos días no habían vacilado. Fueron ellos los que constituyeron los núcleos fundamentales en los talleres, en las fábricas, en las barriadas. En vísperas de octubre, los organizadores, al proceder a los nombramientos y confiar determinadas misiones, procuraban recordar cuál había sido la actitud de la gente en las jornadas de julio.

En el frente, la reacción de julio tomó un carácter particularmente duro: El Cuartel general aprovechó los acontecimientos para crear, ante todo, regimientos especiales, llamados del "Deber ante la patria libre". Al mismo tiempo, se organizaron destacamentos de choque cerca de los regimientos. "Vi muchas veces a los soldados de esos destacamentos de choque -cuenta Denikin- y siempre parecían concentrados y sombríos. En los regimientos se les trataba con reserva y aun con rencor." Los soldados veían en esos regimientos, no sin motivo, las células de la guardia pretoriana. "La reacción no perdía el tiempo (dice, refiriéndose al frente rumano -uno de los más atrasados- el socialrevolucionario Degtiariev, que más tarde se adhirió al partido bolchevique). Muchos soldados fueron detenidos como desertores. Los oficiales levantaron la cabeza y empezaron a tratar con desprecio a los Comités de regimiento; en algunos sitios, la oficialidad intentó restablecer el saludo militar." Los comisarios depuraban el ejército. "En casi todas las divisiones -dice Stankievich- había un bolchevique cuyo nombre era más conocido en el ejército que el del jefe de la división. Poco a poco fuimos eliminando una notabilidad tras otra." Simultáneamente, se procedió en todo el frente al desarme de los regimientos insumisos. Para ello, los jefes y los comisarios se apoyaban en los cosacos y en los destacamentos especiales, tan aborrecidos de los soldados.

El día de la caída de Riga, la Conferencia de los comisarios del frente septentrional y de los representantes de las organizaciones del ejército reconoció la necesidad de ejercer represiones severas de un modo más sistemático. Hubo a quien se fusiló por haber fraternizado con los alemanes. Muchos comisarios, buscando en las confusas imágenes que se formaban de la Revolución francesa los alientos que les faltaban, intentaban hacer alarde de proceder con mano férrea. No comprendían que los comisarios jacobinos se apoyaban en la gente de abajo, trataban sin cuartel a los aristócratas y burgueses, y que sólo el prestigio de la implacabilidad plebeya les armaba para instaurar una disciplina severa en el ejército. Los comisarios de Kerenski no tenían ningún punto de apoyo abajo, en el pueblo, ninguna aureola moral sobre su cabeza. A los ojos de los soldados no eran más que unos agentes de la burguesía y de los aliados. Podían temporalmente intimidar al ejército -e incluso lo conseguían, hasta cierto punto-, pero eran impotentes para resucitarlo.

A principios de agosto, la oficina del Comité ejecutivo, en Petrogrado, informaba de que se había producido un cambio favorable en el estado de ánimo del ejército, habiéndose reanudado los ejercicios en el frente, si bien, por otra parte, se observaba un incremento de los atropellos, de la arbitrariedad, de la opresión. "La cuestión de la oficialidad ha adquirido un carácter particularmente agudo. Los oficiales permanecen completamente aislados y crean sus organizaciones cerradas." Otros datos atestiguan asimismo que, exteriormente, había en el frente más orden, y que los soldados habían dejado de protestar por motivos poco importantes y accidentales. Pero precisamente por ello se concentraba más su descontento de la situación en general. En el discurso prudente y diplomático pronunciado por el menchevique Kuchin en la Conferencia nacional, bajo las notas tranquilizadoras, asomaba una advertencia inspirada por la zozobra. "Hay un cambio evidente, hay una tranquilidad indudable, pero, ciudadanos, hay también algo más, hay un sentimiento de desencanto, y este sentimiento nos causa asimismo un temor extraordinario..." La victoria temporal sobre los bolcheviques era, ante todo, la victoria sobre las nuevas esperanzas de los soldados, sobre su confianza en un porvenir mejor. Las masas se han vuelto más prudentes, la disciplina se había robustecido, al parecer. Pero el abismo que mediaba entre los dirigentes y los soldados se había hecho más hondo aún. ¿A quién y qué se tragaría mañana este abismo?

La reacción de julio diríase que venía a establecer una línea divisoria definitiva entre la revolución de Febrero y la de Octubre. Los obreros, las guarniciones del interior, el frente y, en parte, más adelante, como se verá, los mismos campesinos, retrocedieron, dieron un salto como si hubieran recibido un golpe en el pecho. En realidad, el golpe tenía un carácter más bien psicológico que físico, pero no por ello era menos efectivo. Durante los cuatro primeros meses, las masas evolucionaban en una sola dirección: hacia la izquierda. El bolchevismo crecía, se fortalecía, se volvía más audaz. Pero el movimiento, al llegar al umbral, tropezó. Y se vio con toda evidencia que no cabía ir más lejos por la senda de la revolución de Febrero. A muchos les parecía que la revolución había dado ya cuanto podía dar de sí. Esto era verdad por lo que a la revolución de Febrero se refería. Esta crisis interna de la conciencia colectiva, combinada con la represión y la calumnia, produjo la confusión y la retirada, que, en algunos casos, tuvo caracteres de pánico. Los adversarios cobraron ánimos. En la masa misma afloró a la superficie todo lo que en ella había de atrasado, de estático, de descontento por las sacudidas y las privaciones. En el torrente de la revolución, ese reflujo manifiesta una fuerza irresistible: dijérase que está sometido a las leyes de una hidrodinámica social. Detenerlo oponiéndole el pecho es imposible; lo único que se puede hacer es no dejarse arrastrar por él, sostenerse en tanto no desaparece la ola de la reacción y preparar, al mismo tiempo, puntos de apoyo para la nueva ofensiva. Al ver cómo algunos de los regimientos que el 3 de julio habían salido a la calle bajo las banderas bolchevistas exigían, una semana después, que se adoptaran severas medidas contra los agentes del káiser, los escépticos ilustrados podían, según todas las apariencias, cantar victoria: ¡Esas son vuestras masas, ésa su consistencia y su capacidad de comprensión! Pero semejante escepticismo no pasa de ser un escepticismo de baratillo. Si los sentimientos y las ideas de las masas se modificaran realmente bajo la influencia de circunstancias accidentales, no podría explicarse la poderosa lógica que preside el desarrollo de las grandes revoluciones. Cuantos más son los millones de hombres arrastrados por el movimiento, más sistemático es el desarrollo de la revolución y con mayor seguridad puede predecirse la sucesión lógica de las etapas ulteriores. Lo único que importa tener presente, además, es que el desarrollo político de las masas no sigue una trayectoria recta, sino que se efectúa en zigzag; pero tampoco hay que olvidar que, en el fondo, ésa es la órbita de todo proceso material. Las condiciones objetivas impulsaban poderosamente a los obreros, soldados y campesinos a agruparse bajo la bandera de los bolcheviques. Pero las masas se lanzaban por ese camino en lucha con su propio pasado, con sus creencias de ayer y, en parte, con las de hoy. Al llegar a un recodo difícil, en el momento del fracaso y del desengaño, los antiguos prejuicios, aún no superados por entero, salen a la superficie, y los adversarios se aferran, naturalmente, a ellos como a un ancla de salvación. Todo lo que había en los bolcheviques de oscuro, de inusitado, de enigmático -la novedad de las ideas, la audacia temeraria, la falta de respeto ante todos los prestigios viejos o nuevos-, hallaba ahora una explicación simple y convincente por lo que en sí misma tenía de absurda: ¡Son unos espías alemanes! La acusación lanzada contra los bolcheviques inspirábase, en el fondo, en el pasado de esclavitud del pueblo, en la herencia de ignorancia, de barbarie, de superstición, y este cálculo no dejaba de tener fundamento. Durante los meses de julio y agosto, la gran calumnia patriótica fue un factor político de primordial importancia, el acompañamiento obligado de todas las cuestiones candentes. La prensa liberal difundía la calumnia por todo el país, haciéndola penetrar hasta los puntos más recónditos del mismo. A finales de julio, la organización bolchevista de Ivanov-Vosnesensk exigía aún que se emprendiera una campaña más enérgica contra la calumnia. La cuestión del peso específico de la calumnia en la lucha política de la sociedad ilustrada aguarda todavía el sociólogo que la estudie.

A pesar de todo, la relación entre los obreros y soldados, nerviosa, impetuosa, no tenía nada de profunda ni de consistente. Las fábricas avanzadas de Petrogrado empezaron ya a recobrarse pocos días después de la derrota, protestando contra las detenciones y la calumnia, llamando a las puertas del Comité ejecutivo reanudado sus relaciones. En la fábrica de armas de Sestroretsk, que había sido asaltada y desarmada, los obreros no tardaron en empujar nuevamente el timón: el 20 de julio, la asamblea general tomó el acuerdo de que se pagaran a los obreros los jornales devengados por los días de la manifestación, con objeto de destinar íntegramente el montante de esos jornales a las publicaciones para el frente. Entre el 20 y el 30 de julio, según atestigua Olga Ravich, los bolcheviques reanudan en Petrogrado su labor pública de agitación. En los mítines, a los que asisten, a lo sumo, de doscientas a trescientas personas, hablan, en los distintos puntos de la ciudad, tres compañeros: Slutski, asesinado más tarde por los blancos en Crimea; Volodarski, asesinado por los socialrevolucionarios en Petrogrado, y Evdokimov, obrero metalúrgico de Petrogrado y uno de los oradores más destacados de la revolución. En agosto, la agitación del partido adquiere proporciones más vastas. Según las Memorias de Raskolnikov, Trotsky, detenido el 23 de julio, describió, en la cárcel, la situación de la ciudad en los términos siguientes: "Los mencheviques y socialrevolucionarios... prosiguen su furiosa campaña contra los bolcheviques. Continúan las detenciones de camaradas nuestros, pero en los círculos del partido no se nota depresión alguna. Por el contrario, todo el mundo contempla esperanzado el porvenir, por considerar que la represión no hace más que reforzar la popularidad del partido... En los barrios obreros tampoco han decaído los ánimos." En efecto, muy pronto una asamblea de los obreros de 27 fábricas y talleres del distrito de Peterhof adoptó una resolución de protesta contra el gobierno irresponsable y su política contrarrevolucionaria. Los barrios obreros iban reanimándose.

Al mismo tiempo que en las alturas, en los palacios de Invierno y de Táurida se formaba una nueva coalición, mientras los dirigentes se ponían de acuerdo, se separaban y volvían luego a unirse en esos mismos días, e incluso con coincidencia de horas, el 21 y el 22 de julio tenía lugar, en Petrogrado, un acontecimiento de gran importancia y del que no es fácil se percatara el mundo oficial, pero que señalaba el reforzamiento de una coalición más sólida: la de los obreros de Petrogrado y los soldados del ejército de operaciones. Empezaron a llegar a la capital delegados de este último, con el fin de protestar en hombre de sus regimientos contra la estrangulación de la revolución en el frente. Durante algunos días llamaron en vano a las puertas del Comité ejecutivo, donde no los recibían, contentándose con sacudírselos de encima. Entre tanto, iban llegando nuevos delegados, que seguían el mismo camino. Los rechazados se encontraban en los pasillos y salas de espera, se lamentaban, protestaban, buscaban en común una salida. Los bolcheviques les ayudaron en este sentido. Los delegados decidieron cambiar impresiones con los obreros, los soldados y los marinos de la capital, que les recibieron con los brazos abiertos, les dieron asilo y comida. En una asamblea, que nadie convocó desde arriba, sino que surgió por iniciativa de los de abajo, participaron los representantes de veintinueve regimientos del frente, de noventa fábricas de Petrogrado, de los marinos de Cronstadt y de las guarniciones de los alrededores. El núcleo central de la asamblea lo constituían los hombres de las trincheras; entre ellos había también algunos oficiales subalternos. Los obreros de Petrogrado escuchaban a los soldados del frente con avidez, procurando no perder ni una palabra. Los soldados explicaban cómo la ofensiva y sus consecuencias habían devorado a la revolución. Soldados completamente grises, que no tenían nada de agitadores, describían en informes sencillos la vida cotidiana del frente. Estos detalles producían una gran impresión, pues mostraban de un modo elocuente cómo salía nuevamente a la superficie todo lo viejo, lo prerrevolucionario y lo odiado. El contraste entre las esperanzas de ayer y la realidad de hoy conmovía todos los corazones, los ponía al unísono. A pesar de que entre los soldados del frente predominaban, al parecer, los socialrevolucionarios, la resolución radical presentada por los bolcheviques fue adoptada casi por unanimidad: sólo hubo cuatro abstenciones. La resolución no fue letra muerta: los delegados, al volver al frente, dieron cuenta fielmente de la forma en que se los habían echado de encima los jefes conciliadores y de la acogida que les habían tributado los obreros. Las trincheras daban crédito a los suyos; éstos sí que no engañaban.

En la misma guarnición de Petrogrado empezó a manifestarse el cambio a finales de mes, sobre todo después de los mítines celebrados con la participación de representantes del frente. Verdad es que los regimientos que más habían sufrido no conseguían aún salir de su apatía. Pero, en cambio, en aquellos que habían venido adoptando por más tiempo la actitud patriótica, conservando la disciplina a través de los primeros meses de la revolución, la influencia del partido crecía de un modo visible. Asimismo empezó a rehacerse la Organización militar, que había sufrido de un modo particularmente cruel las consecuencias de la derrota. Como ocurre siempre después de los reveses, en los círculos del partido se miraba con malos ojos a los dirigentes de la labor en el Ejército, sobre los que se hacían recaer los errores reales y supuestos. El Comité central estableció un contacto más estrecho con la Organización militar, instauró un control más directo sobre la misma, por mediación de Sverdlov y Dzerchinski, y la labor empezó de nuevo a desenvolverse más lentamente que antes, pero de un modo más seguro.

A finales de junio, los bolcheviques habían recobrado ya sus posiciones en las fábricas de Petrogrado: los obreros se agrupaban bajo la misma bandera, pero eran ya otros obreros, más maduros, esto es, más prudentes, pero al mismo tiempo más decididos. "Gozamos de una influencia ilimitada, colosal, en las fábricas -declaraba Volodarski, el 27 de julio, en el Congreso de los bolcheviques-. La labor del partido se lleva a cabo, principalmente, por medio de los mismos obreros... La organización ha surgido desde abajo y por ello tenemos motivos fundados para suponer que no se desmoronará." La Juventud contaba en aquella época con unos cincuenta mil miembros, y la influencia de los bolcheviques sobre ella iba siendo cada vez mayor. El 7 de agosto, la sección obrera del Soviet toma un acuerdo en favor de la abolición de la pena de muerte. En señal de protesta contra la Conferencia nacional, los obreros de Putilov ceden un día de jornal para la prensa obrera. En la Conferencia de los Comités de fábrica se adopta por unanimidad una resolución, en la cual se declara que la Conferencia de Moscú es "una tentativa de organización de las fuerzas contrarrevolucionarias"...

También Cronstadt había restañado sus heridas. El 20 de julio, en un mitin celebrado en la plaza del Ancora, se exige la transmisión del poder de los soviets, el envío de los cosacos, así como de los gendarmes y de los policías, al frente; la abolición de la pena de muerte, la entrada de delegados de Cronstadt en Tsarkoie-Selo a fin de comprobar si se ejerce una vigilancia suficientemente severa con Nicolás II; la disolución de los "batallones de la muerte", la confiscación de la prensa burguesa, etcétera. Al mismo tiempo, el nuevo almirante, Tirkov, que había tomado posesión del mando de la fortaleza, daba orden de arriar las banderas rojas de los buques de guerra y de izar la de San Andrés. Los oficiales y parte de los soldados se pusieron las charreteras. La gente de Cronstadt protestó. La comisión gubernamental encargada de investigar los acontecimientos de los días 3-5 de julio se vio obligada a salir de Cronstadt y regresar a Petrogrado sin resultado alguno, pues fue acogida con silbidos, protestas e incluso amenazas.

El estado de ánimo de la escuadra se modificaba rápidamente. "A finales de julio y principios de agosto -dice Zalejski, uno de los dirigentes finlandeses- se tenía la sensación irrecusable de que no sólo no había conseguido la reacción exterior quebrantar las fuerzas revolucionarías de Helsingfors, sino que, por el contrario, lo que se advertía era un rápido impulso hacia la izquierda y un amplio progreso de la simpatía a los bolcheviques." Los marinos habían sido en gran parte los inspiradores de la acción de julio, sin contar con el partido y en parte contra el mismo, por recelar en él la existencia de un espíritu de moderación y casi de conciliación. La experiencia de la acción armada les había hecho percatarse de que la cuestión del poder no se resolvía tan sencillamente como se imaginaban. El estado de ánimo semianarquista que había venido reinando hasta entonces cedió su puesto a la confianza en el partido. A este respecto ofrece excepcional interés el informe extendido por un delegado de Helsingfors a finales de julio: "En los buques pequeños predomina la influencia de los socialrevolucionarios; en los grandes -cruceros, acorazados- todos los marinos son bolcheviques o simpatizantes. Ya antes de ahora predominaba ese mismo espíritu entre los marinos del Petropavlovsk y del República, y después de los días 3 y 5 de julio se pusieron a nuestro lado el Gangut, el Sebastopol, el Rurik, el Andrei Piervozvani, el Diana, el Gromovoi y el India. Tenemos, por tanto, en nuestras manos una fuerza combativo enorme... Los acontecimientos de julio han enseñado mucho a los marinos, mostrándoles que no basta la existencia de un estado de ánimo favorable para conseguir el fin."

Moscú, si bien se halla a la zaga respecto de Petrogrado, sigue el mismo camino. "Poco a poco van disipándose los vapores -cuenta el artillero Davidovski-, la masa de los soldados empieza a volver en sí y pasamos nuevamente a la ofensiva en todo el frente. La calumnia, que contuvo de momento la evolución de las masas hacia la izquierda, no ha hecho más, posteriormente, que acentuar la afluencia de esas mismas masas hacia nosotros." Los golpes de la reacción habían consolidado más firmemente la amistad entre las fábricas y los cuarteles. Un obrero de Moscú, Strelkov, habla de las estrechas relaciones que habían ido estableciéndose entre los obreros de la fábrica Michelsohn y los soldados del regimiento vecino. Los comités de soldados y los de obreros examinaban a menudo en sesiones comunes los problemas prácticos de la vida de la fábrica y del regimiento. Los obreros organizaban veladas culturales para los soldados, adquirían para ellos periódicos bolchevistas y les ayudaban por todos los medios. "Si se mandaba hacer una guardia irregular a un soldado -cuenta Strelkov-, venían inmediatamente a lamentarse... Durante los mítines callejeros, si en algún sitio era objeto de una ofensa cualquiera un obrero de la fábrica de Michelsohn, bastaba con que lo supiera aunque no fuese más que un soldado, para que los demás acudieran en seguida en tropel en auxilio suyo. Y esas ofensas eran entonces muy corrientes, pues a nuestra gente se le echaba en cara el oro alemán, la traición y todas las bajas calumnias esgrimidas por los conciliadores."

La Conferencia de comités de fábrica, celebrada en Moscú a finales de julio, empezó en tonos moderados; pero al cabo de una semana recibió un fuerte impulso hacia la izquierda y, al final, adoptó una resolución de acentuado matiz bolchevista. En aquellos mismos días, el delegado de Moscú, Podbelski, decía en el Congreso del partido: "De los diez soviets de barriada, seis se hallaban en nuestras manos; en la campaña furiosa que se lleva a cabo actualmente contra nosotros, lo único que nos salva es la masa obrera, que sostiene firmemente al bolchevismo." A principios de agosto, en las elecciones celebradas en las fábricas de Moscú, triunfan ya los bolcheviques en lugar de los mencheviques y socialrevolucionarios. El incremento de la influencia del partido bolchevista se pone impetuosamente de manifiesto en la huelga general, que estalló en vísperas de la conferencia. Las Izvestia de Moscú decían: "Es hora ya de darse cuenta, al fin, de que los bolcheviques no constituyen un grupo irresponsable, sino uno de los destacamentos de la democracia revolucionaria organizada, tras el cual hay grandes masas, quizá no siempre disciplinadas, pero sí abnegadamente adictas a la revolución."

El debilitamiento sufrido en julio por las posiciones del proletariado animó a los industriales. Un congreso en el que estaban representadas las treinta organizaciones patronales más importantes -entre ellas las bancarias- creó un Comité de defensa de la Industria, que asumió la dirección de los lockouts y, en general, la política de ofensiva contra la revolución. Los obreros contestaron echándose a la calle. En todo el país estallaron huelgas importantes y otros conflictos. Si los destacamentos más experimentados del proletariado obraban con prudencia, con tanta mayor decisión entraban en la lucha los nuevos sectores. Los metalúrgicos esperaban y se preparaban, pero entraban en el campo de batalla los obreros textiles, los de la industria de la goma, los de la piel, los del papel. Levantábanse los elementos trabajadores más atrasados y sumisos. Kiev se vio agitada por una borrascosa huelga de porteros: los huelguistas recorrían las casas, apagaban la luz, arrancaban las llaves de los ascensores, abrían las puertas de la calle, etc. Cada conflicto, cualquiera que fuese el motivo que lo originara, tendía a extenderse a toda una rama de la industria y a adquirir un carácter de defensa de principios. En agosto, los trabajadores del ramo de la piel de Moscú, ayudados por los obreros de todo el país, iniciaron una lucha prolongada y tenaz en defensa del exclusivo derecho de los comités de fábrica a encargarse de la admisión y despido de los obreros. En muchos casos, sobre todo en provincias, las huelgas tomaban un carácter dramático, llegándose incluso a la detención de los patronos y de los administradores por los huelguistas. El gobierno recomendaba espíritu de sacrificio a los obreros, se coligaba con los industriales, mandaba a los cosacos a la cuenca del Donetz y doblaba el precio del pan y los pedidos militares. Esta política, que, provocaba la indignación de los obreros, no convenía tampoco a los patronos. "Skóbelev empezaba a ver claro en la situación -dice Anerbach, uno de los capitanes de la industria pesada-; pero no se podía decir lo mismo de los comisarios del Trabajo en provincias... En el propio Ministerio... no se tenía confianza en los agentes provinciales... Se llamaba a Petrogrado a los representantes de los obreros, y en el palacio de Mármol se hacían esfuerzos para persuadirles, se les insultaba, se les reconciliaba con los industriales, con los ingenieros. Pero todo esto no daba ningún resultado. Las masas obreras se hallaban, cada vez en mayor medida, bajo la influencia de caudillos más decididos e impúdicos en su demagogia."

El derrotismo económico constituía el principal instrumento de los patronos contra la dualidad del poder en las fábricas. En la Conferencia de los comités de fábrica, celebrada en la primera quincena de agosto, se puso al descubierto con todo detalle la política de sabotaje de los industriales, que perseguía como fin el desconcierto y la paralización de la producción. A más de las maquinaciones financieras, practicábase en gran escala la ocultación de materiales, la clausura de los talleres de reparación, etcétera. Del sabotaje de los patronos da clara idea John Reed, que, como corresponsal norteamericano, tenía acceso a los círculos más diversos, contaba con datos fidedignos de los agentes diplomáticos aliados y oyó las confesiones sin ambages de los políticos burgueses rusos. "El secretario de la sección de Petrogrado del partido kadete -escribe Reed- me decía que la ruina económica formaba parte de la campaña realizada para desacreditar a la revolución. Un diplomático aliado, cuyo nombre prometí no revelar, me confirmó esto mismo, basándose en sus informes particulares. Me consta que cerca de Jarkov hubo propietarios que incendiaron o inundaron sus minas de carbón; que los ingenieros, en ciertas fábricas textiles de Moscú, abandonaban el trabajo inutilizando previamente las máquinas; que determinados empleados ferroviarios fueron sorprendidos por los obreros cuando estaban estropeando las locomotoras." Tal era la dura realidad económica, que no correspondía a las ilusiones conciliadoras ni a la política de coalición, sino a la preparación del golpe de mano de Kornílov.

En el frente, la unión sagrada hallaba tan poco arraigo corno en el interior La detención de algunos bolcheviques -se lamenta Stankievich- no resolvía la cuestión. "La criminalidad se respiraba en el aire, y si no se distinguían sus contornos, era porque toda la masa estaba contagiada de ella." Si los soldados se manifestaban más reservados era porque habían aprendido a disciplinar hasta cierto punto su odio. Pero cuando éste se exteriorizaba, poníanse de manifiesto con más elocuencia, sus verdaderos sentimientos. Una de las compañías del regimiento de Dubenski, cuyo licenciamiento se había ordenado por haberse negado a aceptar a su nuevo jefe, soliviantó a algunas más, luego a todo el regimiento, y cuando el jefe de este último intentó restablecer el orden por la fuerza de las armas, fue muerto a bayonetazos. Ocurrió esto el 31 de julio. En otros regimientos, las cosas no llegaron hasta este extremo; pero, si se consideraba el espíritu en ellos imperante, nada tenía de extraño que surgiesen nuevos casos análogos en el momento menos pensado.

A mediados de agosto, el general Cherbachov comunicaba al Cuartel general: "El espíritu de la Infantería, con excepción de los batallones de la muerte, es muy poco firme." Muchos comisarios empezaban a darse cuenta de que los procedimientos seguidos en julio no resolvían nada. "La aplicación de los Consejos de guerra sumarísimos en el frente occidental -decía el 22 de agosto el comisario Jamandt- provoca un terrible divorcio entre el mando y la población, con lo cual se desacredita la idea misma de esos Consejos de guerra..." El programa de salvación trazado por Kornílov había sido ya sometido a una prueba suficiente antes de la sublevación del Cuartel general, conduciendo, en fin de cuentas, al mismo callejón sin salida.

Lo que más temían las clases potentados eran los síntomas de descomposición que se notaban entre los cosacos y que amenazaban con destruir el último reducto. En febrero, los regimientos de cosacos de Petrogrado habían entregado la monarquía sin oponer resistencia. Verdad es que, en Novocherkask, las autoridades cosacas habían intentado ocultar el telegrama que daba cuenta de la revolución, y que el primero de marzo habían celebrado con la solemnidad acostumbrada funerales por Alejandro II. Pero, al fin y al cabo, los cosacos estaban dispuestos a pasarse sin el zar, e incluso habían descubierto unas endebles tradiciones republicanas en su pasado. Pero no querían pasar de ahí. Desde el principio mismo se habían negado a mandar sus delegados al Soviet de Petrogrado, por que no se les equiparase a los obreros y soldados, procediendo a la creación de un Soviet de combatientes cosacos que agrupaba en torno suyo todas las organizaciones cosacas, en número de doce, personificadas por sus dirigentes del interior. La burguesía procuraba, y no sin éxito, apoyarse en los cosacos contra los obreros y campesinos.

El papel político de los cosacos se hallaba determinado por la particular situación que ocupaban en el país. Desde tiempos inmemoriales representaban una casta privilegiada. El cosaco no pagaba impuestos y tenía a su disposición una parcela de tierra mucho mayor que la del campesino. En las tres regiones contiguas del Don, del Kuban y del Ter, una población cosaca de 3.000.000 tenía en sus manos 23.000.000 de deciatinas de tierras, mientras que 4.300.000 campesinos de esas mismas regiones disponían solamente de seis millones de deciatinas, es decir, que a los cosacos les correspondía cinco veces más de terreno, por cabeza, que a los campesinos. Naturalmente, entre los propios cosacos la tierra estaba dividida de un modo muy desigual. Había entre ellos grandes terratenientes y kulaks más poderosos que los del norte; había también cosacos pobres. Cada cosaco tenía el deber de presentarse con su caballo y su equipo al primer llamamiento del Estado. Los cosacos ricos cubrían con creces los gastos que esto ocasionaba, merced a la exención de los impuestos de que gozaban. La gente de poco se encorvaba bajo el peso de la movilización cosaca. Estos datos fundamentales explican suficientemente la situación contradictoria de los cosacos. Sus sectores inferiores se sentían afines a los campesinos; los superiores, a los grandes terratenientes. Al mismo tiempo, unía a los de arriba con los de abajo la conciencia de formar un mundo aparte y elegido, y estaban acostumbrados a mirar por encima del hombro tanto al obrero como al campesino. Es esto lo que hacía tan apto al cosaco medio para desempeñar el papel de pacificador.

En los años de la guerra, cuando las generaciones jóvenes se hallaban en el frente, la autoridad en las aldeas cosacas del interior era ejercida por los viejos depositarios de las tradiciones conservadoras, estrechamente ligados con su oficialidad. Bajo la apariencia de una resurrección de la democracia cosaca, los cosacos terratenientes reunieron en el transcurso de los primeros meses de la revolución a los llamados "círculos de combatientes", los cuales elegían a los atamanes -a modo de presidentes-, poniendo cerca de ellos "un gobierno militar". Los comisarios, oficiales y los soviets formados por la población no cosaca no tenían ninguna influencia en las regiones cosacas, pues los cosacos eran más fuertes, más ricos y estaban mejor armados. Los socialrevolucionarios intentaron crear soviets comunes de diputados campesinos y cosacos, pero éstos no acogieron la idea con simpatía, pues temían, no sin fundamento, que la revolución agraria habría de despojarles de parte de sus tierras. No en vano el ministro de Agricultura, Chernov, había dejado caer la frase: "Los cosacos no tendrán otro remedio que encogerse un poco en su tierra." Todavía más importante era la circunstancia de que los campesinos no cosacos y los oficiales de los regimientos de Infantería dijeran cada vez con más frecuencia, dirigiéndose a los cosacos: "También ha de llegarle la hora a vuestra tierra; demasiado habéis tenido ya el mando." Tal era la situación en el interior, en las aldeas cosacas y en buena parte de la guarnición de Petrogrado, centro de la política. Esto explica la conducta de los regimientos cosacos en la manifestación de julio.

En el frente, la situación era fundamentalmente distinta. En el verano de 1917 había en el ejército de operaciones 162 regimientos polacos y 161 centenas. Arrancados a sus aldeas, los cosacos del frente habían compartido con todo el ejército la prueba de la guerra, y, aunque con un retraso considerable, habían llevado a cabo la misma evolución que la Infantería; perdida la fe en la victoria, estaban furiosos contra el desorden de la dirección, murmuraban de los jefes y sentían la nostalgia de la, paz y del hogar. Poco a poco, 45 regimientos y 65 centenas habían sido destinados a servicios de policía en el frente y en el interior. Los cosacos volvían a convertirse en gendarmes. Los soldados, los obreros, los campesinos, murmuraban contra ellos, les recordaban el papel de verdugos que habían desempeñado en 1905. Muchos cosacos que empezaban a sentirse orgullosos de su conducta en febrero, sentían remordimientos en el corazón. El cosaco empezó a maldecir su látigo, y más de una vez se negó a llevarlo consigo. Entre la gente del Don y del Kuban figuraban no pocos desertores: los viejos cosacos que habían quedado en la aldea les infundían miedo. En general, las tropas cosacas estuvieron mucho más tiempo que la Infantería en manos de los jefes.

Del Don, del Kuban, llegaban al frente noticias de que los potentados cosacos, junto con los viejos, habían instaurado su poder sin consultar para nada al cosaco del frente. Esto hizo que se despertasen los antagonismos sociales latentes: "Cuando volvamos a casa, ya nos oirán", decían a menudo los cosacos del frente. El general cosaco Krasnov, uno de los caudillos de la contrarrevolución en el Don, ha descrito de modo elocuentísimo el proceso de descomposición de las sólidas tropas cosacas en el frente: "Empezaron a celebrarse mítines en los que se adoptaban las resoluciones más absurdas... Los cosacos dejaron de almohazar y lavar los caballos y de darles el pienso con regularidad. Ni siquiera se podía pensar en hacer ejercicio alguno. Los cosacos se adornaban con cintas rojas y ya no guardaban el menor respeto a los oficiales." Sin embargo, antes de llegar definitivamente a esta situación, el cosaco vaciló durante mucho tiempo, se rascó la cabeza, anduvo buscando hacia qué lado volverse. Por esto no era fácil prever en el momento crítico cuál sería la conducta de tal o cual regimiento cosaco.

El 8 de agosto, la Junta de las tropas cosacas del Don formó un bloque con los kadetes para las elecciones a la Constituyente. La noticia penetró inmediatamente en el ejército. "Entre los cosacos -dice el oficial de cosacos Yanov-, el bloque fue acogido con gran hostilidad. El partido de los kadetes no tenía raíces en el ejército." En realidad, éste odiaba a los kadetes, a los que identificaba con todo aquello que oprimía a las masas populares. "Vuestros viejos os han vendido a los kadetes", -decían los soldados-. "Ya nos oirán", objetaban los cosacos. "En el frente suroccidental, las tropas cosacas adoptaron una resolución especial en la cual exigían que fuesen excluidos de la organización cosaca todos aquellos que habían tenido la audacia de pactar un acuerdo con los kadetes.

Kornílov, que era cosaco, confiaba en la ayuda de los cosacos, sobre todo de los del Don, y completó con fuerzas cosacas las tropas destinadas a dar el golpe de Estado. Pero los cosacos no acudieron en auxilio del "hijo de campesinos". Estaban dispuestos a defender furiosamente sus tierras, pero no tenían ningún deseo de intervenir en una contienda ajena. El tercer cuerpo de caballería tampoco justificó las esperanzas que se habían cifrado en él. Los cosacos no veían con simpatía la fraternización con los alemanes, pero en el frente de Petrogrado recibieron de buen grado a los soldados y marinos: esta fraternización hizo que fracasase el plan de Kornílov sin derramamiento de sangre. Así fue como se hundió el último punto de apoyo de la vieja Rusia.

En aquella misma época, mucho más allá de las fronteras del país, en el territorio de Francia, se llevaba a cabo el experimento, por decirlo así, de laboratorio, de una "resurrección" de las tropas rusas fuera del alcance de los bolcheviques, experimento que aún resultaba más convincente por esa misma razón. En el verano y otoño apareció en la prensa rusa la noticia, que, arrastrada por el torbellino de los acontecimientos, pasó casi inadvertida, de que habían surgido motines entre las tropas rusas que se hallaban en Francia. Los soldados de las dos brigadas rusas que se encontraban en Francia, ya en enero de 1917 -y, por tanto, antes de la revolución-, según las palabras del oficial Lisovski, "estaban firmemente convencidos, y así lo decían abiertamente, de que se les había vendido a los franceses a cambio de obuses". Los soldados no andaban muy equivocados. No sentían "la menor simpatía" por los aliados, ni la menor confianza hacia sus oficiales. La noticia de la revolución sorprendió a las brigadas de exportación, políticamente preparadas hasta cierto punto, pero, sin embargo, desprevenidas. No cabía esperar que los oficiales les explicaran el carácter de la revolución: el oficial se mostraba tanto más desconcertado cuanto más elevada era su graduación. Aparecieron en los campamentos delegados patriotas surgidos de entre los emigrantes. "Observé más de una vez -dice Lisovski- cómo algunos diplomáticos-oficiales de los regimientos de la Guardia... ofrecían solícitamente asiento a los ex emigrantes." En los regimientos surgieron instituciones electivas, con la particularidad de que empezó rápidamente a distinguirse al frente del Comité un soldado letón. Por consiguiente, aquí también apareció un elemento que no era ruso. El primer regimiento, formando en Moscú y compuesto casi enteramente de obreros, dependientes y empleados -es decir, de elementos proletarios y semiproletarios-, había llegado a tierras de Francia un año antes, y en lo que duró el invierno se batió bien en los campos de Champaña. Pero "la enfermedad de la descomposición atacó en primer lugar a ese regimiento". El segundo, compuesto casi íntegramente de campesinos siberianos, parecía más seguro. Pero poco después de la revolución de Febrero, se insubordinó la primera brigada. No quería batirse por Alsacia ni por Lorena. No quería morir por la hermosa Francia. Quería ver si podía vivir en la nueva Rusia. La brigada fue trasladada al interior, al centro mismo de Francia, al campamento de La Courtine. "Entre las tranquilas poblaciones burguesas -cuenta Lisovski- se había establecido, en un inmenso campamento, la vida particular, extraordinaria, de cerca de diez mil soldados rusos insubordinados que no contaban con oficiales ni tenían el menor deseo de subordinarse a nadie." A Kornílov se te ofrecía una ocasión excepcional para aplicar sus métodos de saneamiento con ayuda de Poincaré y Ribot, que tan ardiente simpatía sentían por él. El generalísimo en jefe ordenó por telégrafo que se sometiera a los soldados de La Courtine y se los mandara a Salónica. Pero los amotinados no se rendían. El primero de septiembre llegó la artillería pesada, y en el interior del campamento se fijaron carteles con el amenazador telegrama de Kornílov. Pero en esto resultó que vino a introducirse en el desarrollo de los acontecimientos una nueva complicación: los periódicos franceses publicaron la noticia de que el propio Kornílov había sido declarado traidor y contrarrevolucionario. Los soldados decidieron resueltamente que no tenían ningún motivo para ir a morir en Salónica, y menos aún por orden de un general traidor. Los obreros y campesinos vendidos a cambio de obuses decidieron defender sus derechos. Negáronse a hablar con nadie de fuera; ni un solo soldado salió del campamento.

La segunda brigada rusa fue puesta en movimiento contra la primera. La Artillería ocupó posiciones en los cerros inmediatos; la Infantería, según todas las reglas de la ingeniería castrense, cavó trincheras cerca de La Courtine. Los alrededores fueron cercados por tiradores alpinos, con objeto de que ni un solo francés penetrara en el teatro de la guerra de las dos brigadas rusas. Así fue como las autoridades de Francia dieron en su territorio una representación de la guerra civil rusa, rodeándola solícitamente de una estacada de bayonetas. Se trataba de un ensayo. Más adelante, la diligente Francia organizará la guerra civil en el territorio de la propia Rusia, rodeándola con las alambradas del bloqueo.

"Empezó a abrirse el fuego de un modo regular y metódico contra el campamento." Salieron de éste algunos centenares de soldados dispuestos a rendirse. Aceptóseles su sumisión e inmediatamente se reanudó el fuego de artillería. Así pasaron cuatro días. Los soldados iban rindiéndose parcialmente. El 6 de septiembre no quedaban arriba de doscientos hombres, decididos a no dejarse coger vivos. Al frente de ellos se encontraba el ucraniano Globa, un fanático baptista: en Rusia le hubieran llamado bolchevique. Empezó un verdadero asalto, protegido por el fuego de los cañones, de las ametralladoras y de los fusiles. Al fin, los revoltosos fueron aplastados. Nadie ha podido precisar el número de víctimas. El orden, en fin de cuentas, fue restaurado. Pero ya al cabo de unas pocas semanas, la segunda brigada, la que había achicharrado precisamente a la primera, pareció atacada por la misma enfermedad...

Los soldados rusos habían traído el terrible contagio, a través del mar, en sus mochilas de campaña, en los pliegues de sus capotes, en los recovecos de su espíritu. El dramático episodio de La Courtine es notable por la circunstancia de que puede ser considerado como la realización, diríase consciente, en la campana neumática, como si dijéramos, de un experimento ideal para el estudio de los procesos internos en el ejército ruso, preparados por todo el pasado del país.

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