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León Trotsky

 

HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA

Tomo II

 

 

Capitulo XIX

Lenin llama a la insurrección

 

 

Además de las fábricas, los cuarteles, los pueblos, el frente y los soviets, la revolución tenía otro laboratorio: la cabeza de Lenin. Obligado a vivir en la clandestinidad, se vio forzado durante ciento once días, del 6 de julio hasta el 25 de octubre, a restringir sus entrevistas, aun con miembros del Comité central. Sin comunicación directa con las masas, sin contacto con las organizaciones, concentra aún más resueltamente su pensamiento sobre los problemas cruciales de la revolución, elevándolos -lo cual era en él a la vez una necesidad y una norma- a la categoría de los problemas fundamentales del marxismo. El argumento principal de los demócratas, incluidos los que se situaban más a la izquierda, contra la toma del poder, consistía en que los trabajadores serían incapaces de hacer funcionar el aparato del Estado. También eran ésos, en el fondo, los temores que abrigaban los elementos oportunistas en el interior mismo del bolchevismo. "¡El aparato del Estado!" Todo pequeño burgués ha sido educado en la sumisión ante ese principio místico que se levanta por encima de los hombres y las clases. El filisteo cultivado guarda en su piel el temblor que estremeció a su padre o a su abuelo, tendero o campesino acaudalado, ante las omnipotentes instituciones en donde se deciden los problemas de la guerra y la paz, se expiden las patentes comerciales, se lanzan las plagas de las contribuciones, se castiga pero pocas veces se gracia, se legitiman los matrimonios y nacimientos, y en donde la misma muerte debe hacer cola respetuosamente antes de ser reconocida. ¡El aparato de Estado! Quitándose el sombrero, descalzándose incluso, el pequeño burgués penetra con las puntas de sus pies en el santuario del ídolo -llámese Kerenski, Laval, MacDonald o Hilferding- cuando su suerte personal o la fuerza de las circunstancias hacen de él un ministro. No puede justificar esta prerrogativa más que sometiéndose humildemente al "aparato del Estado". Los intelectuales rusos radicales que ni en épocas de revolución osaban adherir al poder si no eran respaldados por los propietarios nobles y de los dueños del capital, miraban con espanto e indignación a los bolcheviques: ¡esos agitadores callejeros, esos demagogos que piensan apoderarse del aparato estatal!

Después que los soviets, pese a la cobardía y a la impotencia de la democracia oficial, hubiesen salvado a la revolución frente a Kornílov, Lenin escribió: "Que aprendan los hombres de poca fe con este ejemplo. Que se avergüencen los que dicen: "No tenemos ningún aparato para reemplazar al antiguo, que inevitablemente tiende a la defensa de la burguesía." Pues ese aparato existe. Son los soviets. No temáis la iniciativa ni la espontaneidad de las masas, confiad en las organizaciones revolucionarias de las masas, y veréis manifestarse en todos los dominios de la vida del Estado, esa misma fuerza, esa misma grandeza, la invencibilidad de los obreros y campesinos que han manifestado con su unión y su entusiasmo contra el movimiento de Kornílov."

En los primeros meses de su vida subterránea, Lenin escribe su libro El Estado y la revolución, cuya documentación había recopilado ya en la emigración durante la guerra. Con la misma atención que dedicaba para reflexionar sobre las tareas prácticas diarias, ahora elabora los problemas teóricos del Estado. No podía ser de otro modo: para él la teoría es efectivamente un guía para la acción. Lenin no se propone en ningún momento introducir palabras nuevas en la teoría. Al contrario, da a su obra un carácter extremadamente modesto, subrayando su calidad de discípulo. Su tarea en la reconstitución de la verdadera ¡doctrina del marxismo sobre el Estado!

Por la minuciosa selección de citas y por su detallada interpretación polémica, el libro puede parecer pedante... a los auténticos pedantes, incapaces de percibir, en el análisis de los textos, los potentes latidos del pensamiento y de la voluntad. Por el simple hecho de reconstruir la teoría de clase del Estado sobre una nueva base, superior históricamente, Lenin da a las ideas de Marx un nuevo carácter concreto y, por tanto, una nueva significación. Pero la importancia mayor de la obra sobre el Estado consiste en que es una introducción científica a la insurrección más grande que haya conocido la historia. El "comentarista" de Marx preparaba a su partido para la conquista revolucionaria de la sexta parte del mundo.

Si el Estado pudiera simplemente ser adaptado a las necesidades de un nuevo régimen, no habría revoluciones. Pero la burguesía misma ha logrado siempre el poder por medio de insurrecciones. Ahora llega el turno a los obreros. También en esta cuestión, Lenin restituía al marxismo su significado de instrumento teórico de la revolución proletaria.

¿No podrán servirse los obreros del aparato del Estado? Pero no se trata en absoluto -enseña Lenin- de apoderarse de la vieja máquina para las nuevas tareas: eso es una utopía reaccionaria. La selección de los hombres en el viejo aparato, su educación, sus relaciones recíprocas, todo esto contradice las tareas históricas del proletariado. Al conquistar el poder, no se trata de reeducar el viejo aparato, sino de demolerlo completamente. ¿Con qué reemplazarlo? Con los soviets. Dirigiendo a las masas revolucionarias, de órganos de la insurrección se convertirán en los órganos de un nuevo régimen estatal.

El libro tuvo pocos lectores en el torbellino de la revolución; además, sólo será editado después de la insurrección. Lenin estudia el problema del Estado, en primer término, para elaborar su propia convicción íntima y, seguidamente, para el futuro. La conservación de la herencia ideológica era una de sus preocupaciones principales. En julio escribe a Kámenev: "Entre nosotros, si me cepillan, le ruego publique mi cuaderno El marxismo y el Estado (que ha quedado en vía muerta en Estocolmo). Es una carpeta azul atada. He recogido todas las citas de Marx y Engels, así como las de Kautsky contra Pannekoek. Hay bastantes notas y observaciones a que dar forma. Creo que con ocho días de trabajo se podría publicar. Pienso que es importante, pues Plejánov y Kautsky no han sido los únicos en embrollar la cuestión. Una condición: todo esto absolutamente entre nosotros." El jefe de la revolución, acusado de ser agente de un Estado enemigo, obligado a prever la posibilidad de un atentado por parte de sus adversarios, se ocupa de la publicación de un cuaderno "azul", con citas de Marx y Engels: ése es su testamento secreto. La expresión familiar "si me cepillan" le sirve para eludir el patetismo por el cual sentía horror: en el fondo, el encargo tenía un carácter patético.

Pero, mientras aguardaba recibir un golpe por la espalda. Lenin se preparaba a dar uno a pecho descubierto. Mientras que, leyendo los periódicos, enviando instrucciones, ponía en orden el precioso cuaderno recibido de Estocolmo, la vida continuaba su curso. Se acercaba la hora en que el problema del Estado debía ser resuelto prácticamente.

Poco después del derrocamiento de la monarquía, Lenin escribía desde Suiza "...No somos blanquistas ni partidarios de la toma del poder por una minoría..." Desarrolló la misma idea al llegar a Rusia : "Actualmente estamos en minoría; las masas, por el momento, no tienen confianza en nosotros. Sabemos esperar... Pasarán a nuestro lado y, cuando la relación de fuerzas nos lo señale, diremos entonces: nuestro momento ha llegado." El problema de la conquista del poder exigía en estos primeros meses la conquista de la mayoría en los soviets.

Después del aplastamiento de julio, Lenin proclamó: el poder sólo puede ser conquistado por medio de una insurrección armada; y por ello, es muy posible que haya que apoyarse no en los soviets, desmoralizados por los conciliadores, sino en los comités de fábrica; los soviets, en tanto que órganos de poder, habrán de ser reconstruidos después de la victoria. En realidad, dos meses más tarde, los bolcheviques arrancarán los soviets a los conciliadores. La naturaleza del error de Lenin en esta cuestión es muy característica de su genio estratégico: en sus planes más audaces, tiene en cuenta las premisas menos favorables. Así como, al dirigirse en abril a Rusia pasando por Alemania, contaba con la posibilidad de ir directamente de la estación a la cárcel, también el 5 de julio decía: "Quizás nos fusilen a todos." Y ahora pensaba: los conciliadores no nos dejarán conquistar la mayoría en los soviets.

"No hay nadie más pusilámine que yo cuando elaboro un plan de guerra, escribía Napoleón al general Berthier; yo mismo exagero todos los peligros y catástrofes posibles... Pero cuando tomo una decisión, olvido todo excepto lo que puede conducir a la victoria." Si prescindimos de cierta pose que se trasluce en la palabra poco adecuada de "pusilánime", el fondo del pensamiento puede aplicarse enteramente a Lenin. Resolviendo un problema de estrategia, dotaba por anticipado al enemigo de su propia resolución y perspicacia. Los errores tácticos de Lenin solían ser con frecuencia los productos secundarios de su fuerza estratégica. En el caso presente, no puede hablarse de un error: cuando un diagnóstico localiza una enfermedad por medio de eliminaciones sucesivas, sus conjeturas hipotéticas, aun las peores, no aparecen como errores, sino como un método de análisis.

Cuando los bolcheviques fueron mayoría en los soviets de las dos-capitales, Lenin dijo: "Nuestro momento ha llegado." En abril y en junio se esforzaba por moderar; en agosto preparaba teóricamente la nueva etapa; a partir de mediados de septiembre, empuja, urge con todas sus fuerzas. Ahora el peligro no consiste en ir demasiado a prisa, sino en quedarse atrás. "Ya nada es prematuro en este sentido."

En los artículos y cartas enviados al Comité central, Lenin analiza la situación poniendo siempre en primer plano las condiciones internacionales. Los síntomas y los indicios del despertar del proletariado europeo son para él, en el trasfondo de los acontecimientos bélicos, una prueba indiscutible de que la amenaza directa a la revolución rusa por parte del imperialismo extranjero se reducirá cada vez más. Las detenciones de socialistas en Italia y particularmente el motín en la flota alemana le obligan a proclamar un formidable cambio histórico en el mundo entero: "Estamos en el umbral de una revolución proletaria mundial."

La historiografía de los epígonos prefiere silenciar el punto de partida adoptado por Lenin: porque el cálculo de Lenin parece desmentido por los acontecimientos y también porque, según las teorías que después llegaron, la revolución rusa debe triunfar por sí misma en todas las circunstancias. Pero el juicio de Lenin sobre la situación internacional no tenía nada de ilusorio. Los síntomas que a él llegaban por el filtro de la censura militar de todos los países manifestaban efectivamente la llegada de la tempestad revolucionaria. En los imperios de Europa central, un año después, el viejo edificio se vio sacudido hasta en sus cimientos. Pero, incluso en los países vencedores, en Inglaterra y en Francia, sin hablar de Italia, las clases dirigentes se vieron privadas durante mucho tiempo de su libertad de acción. Contra una Europa capitalista, sólida, conservadora, segura de sí misma, la revolución proletaria en Rusia, aislada y sin tiempo para consolidarse, no habría podido sostenerse ni siquiera unos pocos meses. Pero aquella Europa no existía ya. La revolución en Occidente, es cierto, no dio el poder a los trabajadores -los reformistas salvaron al régimen burgués- pero fue sin embargo lo suficientemente fuerte como para proteger a la república soviética en el primer periodo, el más peligroso, de su existencia.

El profundo internacionalismo de Lenin no sólo se expresaba en que ponía invariablemente en primer plano el análisis de la situación internacional: la conquista misma del poder en Rusia era considerada por él, ante todo, como un impulso a la revolución europea que, como dijo repetidas veces, ha de tener una importancia incomparablemente mayor para el destino de la humanidad, que la revolución en la atrasada Rusia. ¡Con qué sarcasmos abruma a aquellos bolcheviques que no comprenden su deber de internacionalista! "Votemos una resolución de apoyo a los insurrectos alemanes -se burla- y rechacemos la insurrección en Rusia. ¡Eso sí que se llama un internacionalismo razonable!"

Durante las jornadas de la Conferencia democrática, Lenin escribe al Comité central: "Obtenida la mayoría en los soviets de las dos capitales... los bolcheviques pueden y deben tomar en sus manos el poder del Estado..." El que la mayoría de los delegados campesinos en la Conferencia democrática amañada votaran contra la coalición con los kadetes tenía a sus ojos una importancia decisiva: el mujik que rechaza la alianza con la burguesía tendrá que apoyar inevitablemente a los bolcheviques. "El pueblo está cansado de la tergiversaciones de los mencheviques y socialistas revolucionarios. Sólo nuestra victoria en las capitales arrastrará a los campesinos detrás de nosotros." ¿Cuál es la tarea del partido? "Poner al orden del día la insurrección armada en Petrogrado y en Moscú, la conquista del poder, el derrocamiento del gobierno..." Nadie hasta entonces había planteado tan imperiosa y abiertamente el problema de la insurrección.

Lenin compulsa atentamente todas las elecciones que se celebran en el país, reuniendo cuidadosamente las cifras que puedan arrojar alguna luz sobre la verdadera relación de fuerzas. Miraba con desprecio la indiferencia semianárquica con respecto a la estadística electoral. Pero nunca identificaba los índices del parlamentarismo con la verdadera relación de fuerzas: trataba siempre de corregirlos en función de la acción directa. "...La fuerza del proletariado revolucionario, desde el punto de vista de su acción sobre las masas y de su capacidad para arrastrarlas a la lucha -recuerda- es infinitamente mayor en una lucha extraparlamentaria que en una lucha parlamentaria. Es una observación muy importante en la cuestión de la guerra civil."

Lenin fue el primero en advertir con claridad que el movimiento agrario había entrado en una fase decisiva y en seguida extrajo de ello todas las deducciones. El mujik no quiere esperar más, igual que el soldado. "Ante un hecho como la sublevación de los campesinos -escribe Lenin a finales de septiembre- los restantes síntomas políticos, aun si contrajeran esa madurez de la crisis general de la nación, carecerían absolutamente de importancia." La cuestión agraria es la base misma de la revolución. La victoria del gobierno sobre el levantamiento campesino sería "el entierro de la revolución..." No se pueden esperar condiciones más favorables. Es la hora de la acción. "La crisis ha madurado. Todo el porvenir de la revolución rusa está en juego. Todo el porvenir de la revolución obrera internacional por el socialismo está en juego. La crisis ha madurado."

Lenin llama a la insurrección. En cada línea simple, prosaica y a veces angulosa, resuena el apasionamiento más impetuoso. "La revolución está perdida -escribe a primeros de octubre a la Conferencia del partido, en Petrogrado- si el gobierno de Kerenski no es derrocado por los proletarios y los soldados lo más pronto posible... Hay que movilizar todas las fuerzas para inculcar a los obreros y soldados la idea de la absoluta necesidad de una lucha desesperada, última, decisiva, para derrocar al gobierno de Kerenski."

Más de una vez Lenin había dicho que las masas están más a la izquierda que el partido. Sabía que el partido está más a la izquierda que su núcleo dirigente, la capa de los "viejos bolcheviques". Imaginaba demasiado bien las agrupaciones y las tendencias dentro del Comité central como para poder esperar un paso audaz de su parte; advertía, en cambio, su excesiva circunspección, su espíritu contemporizador, su negligencia ante una situación histórica que ha sido preparada durante varios decenios. Lenin no confía en el Comité central... sin Lenin: ése es el secreto de sus cartas escritas desde el fondo de su retiro clandestino. Y no se equivocaba en esta desconfianza.

Obligado casi siempre a pronunciarse después de una decisión ya adoptada en Petrogrado, Lenin hace invariablemente una crítica de izquierda a la política del Comité central. Su oposición se desarrolla en torno al problema de la insurrección, pero no se limita a esto. Lenin considera que el Comité central concede demasiada atención al Comité ejecutivo conciliador, a la Conferencia democrática; en general, al tejemaneje parlamentario en las altas esferas soviéticas. Se pronuncia vehementemente contra los bolcheviques que proponen al Soviet de Petrogrado un secretariado de coalición. Estigmatiza como "deshonrosa" la decisión de participar en el preparlamento. Se siente indignado cuando se publica a finales de septiembre la lista de los candidatos bolcheviques a la Asamblea constituyente: demasiados intelectuales y muy pocos obreros. "Llenar la Asamblea constituyente de oradores y literatos es marchar por la senda trillada del oportunismo y del chauvinismo. Eso es indigno de la III Internacional." Además, entre los candidatos hay muchos miembros recientes del partido no probados en la,, lucha. Lenin considera necesario formular una reserva: "No cabe duda de que... nadie objetaría, por ejemplo, una candidatura como la de L. D. Trotsky, pues, en primer lugar, Trotsky, desde su llegada, ha defendido una posición internacionalista; en segundo lugar, ha luchado en la organización interdistritos por la fusión; en tercer lugar, durante las difíciles jornadas de julio se ha mostrado a la altura de las tareas y ha sido solidario con los integrantes del partido del proletariado revolucionario. Es evidente que no se puede decir lo mismo de una multitud de miembros del partido inscritos ayer..."

Puede parecer como si las jornadas de Abril hubiesen vuelto: Lenin se halla de nuevo en oposición al Comité central. Las cuestiones se plantean de otro modo, pero el espíritu general de su oposición es el mismo: el Comité central es demasiado pasivo, cede demasiado a la oposición pública de las esferas intelectuales, concilia demasiado con los conciliadores; y, sobre todo, revela excesiva indiferencia, propia de fatalistas, no de bolcheviques, hacia el problema de la insurrección armada.

Es tiempo de pasar de las palabras a los actos: "Ahora nuestro partido tiene en la Conferencia democrática su propio congreso, y ese congreso ha de resolver (aunque no lo quiera) la suerte de la revolución." No puede haber más que una sola solución: la insurrección armada. En esta primera carta sobre la insurrección, Lenin formula aún una reserva: "No se trata del "día" ni del "momento" de la insurrección, en el sentido estricto de la palabra. Eso lo decidirá el voto general de quienes están en contacto con los obreros y soldados, con las masas." Pero dos o tres días después (en aquel entonces no se solía fechar las cartas, no por olvido sino por razones conspirativas), Lenin, bajo la evidente impresión del fracaso de la Conferencia democrática, insiste en que debe pasarse inmediatamente a la acción y expone en seguida un plan en este sentido.

"Debemos agrupar inmediatamente la fracción bolchevique de la Conferencia, sin preocuparnos del número... Debemos redactar una breve declaración de los bolcheviques... Debemos lanzar a toda nuestra fracción hacia las fábricas y los cuarteles... Al mismo tiempo, sin perder un minuto, organicemos el Estado Mayor de los destacamentos de la insurrección, disminuyamos las fuerzas, mandemos los regimientos fieles contra los puntos más importantes, cerquemos la Alexandrinka (el teatro donde se reunía la Conferencia democrática), ocupemos la fortaleza de Pedro y Pablo, arrestemos al Estado Mayor general y al gobierno, enviemos contra los junkers y la división salvaje destacamentos dispuestos a morir antes de que el enemigo se abra paso hacia el centro de la ciudad. Hay que movilizar a los obreros armados, llamarlos a una última batalla encarnizada, ocupar inmediatamente los telégrafos y teléfonos, instalar nuestro Estado Mayor de la insurrección en la Central telefónica, ligarlo telefónicamente con todas las fábricas, todos los regimientos y todos los puntos de la lucha armada, etc. " Y no se hace depender el problema de la fecha del "voto general de quienes están en contacto con las masas". Lenin propone actuar inmediatamente: salir con un ultimátum del teatro Alexandra para volver allí a la cabeza de las masas armadas. Había que dirigir el golpe mortal no solamente contra el gobierno sino también, simultáneamente, contra el órgano supremo de los conciliadores.

"...Lenin, que en sus cartas privadas exigía el arresto de la Conferencia democrática -así lo denuncia Sujánov-, proponía en la prensa, como bien sabemos, un "compromiso": que los mencheviques y socialistas revolucionarios tomasen todo el poder, y luego se esperaría la decisión del Congreso de los soviets... La misma idea era preconizada obstinadamente por Trotsky en la Conferencia democrática y alrededor de ella." Sujánov ve un doble juego, cuando ni sombra de él había. Lenin proponía a los conciliadores un compromiso inmediatamente después de la victoria sobre Kornílov, en los primeros días de septiembre. Los conciliadores se encogieron de hombros. Ellos mismos transformaron la Conferencia democrática en cobertura de una nueva coalición con los kadetes contra los bolcheviques, con lo cual suprimían definitivamente toda posibilidad de acuerdo. En adelante, la cuestión del poder sólo podía resolverse mediante una lucha abierta. Sujánov confunde dos fases, de las cuales la primera se adelanta quince días a la segunda, y la condiciona desde el punto de vista político.

Pero, aunque la insurrección era la consecuencia inevitable de la nueva coalición, el rápido viraje de Lenin cogió de improviso incluso a las altas esferas de su propio partido. Agrupar, como pedía en su carta, a la fracción bolchevique de la conferencia, aun "sin tener en cuenta el número", era evidentemente imposible. El ambiente en la fracción era tal que, por sesenta votos contra cincuenta, rechazó el boicot al preparlamento, es decir, el primer paso hacia la insurrección. Tampoco en el Comité central encontró apoyo alguno el plan de Lenin. Cuatro años más tarde, en una velada dedicada a estos recuerdos, Bujarin, con la exageración y las bromas que lo caracterizan, relató el episodio con bastante exactitud en cuanto al fondo: "La carta [de Lenin] estaba escrita con enorme violencia y nos amenazaba con todo tipo de castigos (?). Quedamos suspensos. Nadie había planteado la cuestión hasta entonces tan violentamente... Al principio todos dudaban. Después de consultarse, se decidió. Fue quizás el único caso en la historia de nuestro partido en el que el Comité central decidió por unanimidad quemar la carta de Lenin... Sin duda pensábamos que en Petrogrado y en Moscú podríamos tomar el poder, pero que en las provincias no podríamos sostenernos todavía; que al tomar el poder y expulsar a los miembros de la Conferencia democrática, nos sería ya imposible consolidarnos en el resto de Rusia." Provocada por determinadas razones de carácter conspirativo, la incineración de varias copias de la carta peligrosa no se decidió en realidad por unanimidad, sino por seis votos contra cuatro y seis abstenciones. Por suerte, un ejemplar fue conservado para la historia. Pero lo que es cierto en el relato de Bujarin, es que todos los miembros del Comité central, aunque por motivos diversos, rechazaron la propuesta: unos se oponían a la insurrección en general, otros pensaban que el momento en que se celebraba la conferencia era el menos favorable de todos; otros, simplemente, vacilaban y seguían a la expectativa.

Al encontrar una resistencia directa, Lenin inició una especie de conspiración con Smilga, que se hallaba también en Finlandia y que, como presidente del Comité regional de los soviets, tenía en aquel momento una autoridad real considerable. En 1917, Smilga estaba a la extrema izquierda del partido y, ya desde julio, trataba de empujar la lucha a su momento decisivo: en los diferentes cambios políticos, Lenin encontraba siempre en quien apoyarse. El 27 de septiembre, Lenin escribe a Smilga una extensa carta: "...¿Qué hacemos nosotros? ¿Nos contentamos con votar mociones? Perdemos el tiempo, fijamos "fechas" (el 20 de octubre, el Congreso de los soviets. ¿No es ridículo aplazar así? ¿No es ridículo confiar en esto?) Los bolcheviques no realizan un trabajo sistemático preparando sus fuerzas militares para derribar a Kerenski... Hay que trabajar dentro del partido para que se afronte seriamente la insurrección armada... Luego, en cuanto al papel que a usted le corresponde... crear un comité clandestino, formado por los militares más seguros, para analizar con ellos la situación en todos sus aspectos, recoger (y verificar usted mismo) los informes más precisos sobre la composición y emplazamiento de las tropas finlandesas en Petrogrado y sus alrededores, sobre los transportes de tropas finlandesas hacia Petrogrado, sobre el movimiento de la flota, etc." Lenin exige "una propaganda sistemática entre los cosacos que se encuentran aquí, en Finlandia... Hay que estudiar todos los informes sobre los acontecimientos de cosacos y organizar el envío de destacamentos de agitadores seleccionados entre las mejores fuerzas de marineros y soldados de Finlandia." Por último: "Para preparar convenientemente los espíritus, es necesario hacer circular inmediatamente esta consigna: el poder debe pasar inmediatamente a manos del Soviet de Petrogrado, que lo transmitirá al Congreso de los soviets. ¿Para qué vamos a tolerar tres semanas más de guerra y de preparativos kornilovianos de Kerenski?"

Tenemos aquí un nuevo plan de insurrección: "un comité clandestino de los principales militares", como Estado Mayor de combate, en Helsingfors; las tropas rusas acantonadas en Finlandia como fuerzas de combate: "el único recurso con el que podemos contar, creo, y que tiene una verdadera importancia militar, son las tropas de Finlandia del Báltico". Lenin proyecta, pues, asentar desde fuera de Petrogrado el golpe más duro contra el gobierno. Al mismo tiempo, es indispensable una "preparación conveniente de los espíritus" para que el derrocamiento ,del gobierno por las fuerzas armadas de Finlandia no coja de improvisto al Soviet de Petrogrado: éste tendrá que ser el heredero del poder hasta el Congreso de los soviets.

Pero ni este plan ni el anterior fueron aplicados. Pero no fueron inútiles. La agitación entre las divisiones cosacas dio rápidamente sus frutos: se lo oímos decir a Dibenko. También el llamamiento hecho a los marinos del Báltico para participar en el golpe principal contra el gobierno se incluyó al plan que fue adoptado más tarde. Pero lo esencial no reside en eso: cuando una cuestión llegaba a su máxima gravedad, Lenin no dejaba que nadie pudiera eludirla o soslayarla. Lo que era inoportuno como propuesta directa de táctica se convertía en racional en cuanto que permitía compulsar las actitudes en el Comité central, apoyar a los resueltos contra los vacilantes y contribuir a un desplazamiento hacia la izquierda.

Por todos los medios de que podía disponer en el aislamiento de su retiro clandestino, Lenin se esforzaba por obligar a los cuadros del partido a sentir la gravedad de la situación y la fuerza de la presión de las masas. Hacía venir a su refugio a ciertos bolcheviques, los sometía a interrogatorios apasionados, controlaba las palabras y los actos de los dirigentes, enviaba por medios indirectos sus consignas al partido, abajo, en profundidad, a fin de forzar al Comité central a actuar y a ir hasta las últimas consecuencias.

Al día siguiente de escribir su carta a Smilga, Lenin redactó el documento citado antes, La crisis está madura, en el que terminaba con una especie de aclaración de guerra al Comité central. "Es preciso... reconocer la verdad: entre nosotros, en el Comité central y en los medios dirigentes del partido, existe una tendencia u opinión que propone esperar al Congreso de los soviets, oponiéndose a la toma inmediata del poder, a la insurrección inmediata." Hay que vencer esa tendencia cueste lo que cueste. "Conseguir primero la victoria sobre Kerenski y luego convocar el congreso." Perder el tiempo esperando el Congreso de los soviets es "una completa idiotez o una traición total..." Hasta el congreso, fijado para el 20, quedan más de veinte días: "Unas semanas e incluso unos días deciden de todo en estos momentos". Aplazar el desenlace es renunciar cobardemente a la insurrección, pues, durante el congreso, la toma del poder se hará imposible: "Nos mandarán los cosacos el día "fijado" de la manera más tonta para la insurrección."

Sólo el tono de la carta prueba ya hasta qué punto le parecía fatal a Lenin la política contemporizadora de los dirigentes de Petrogrado. Pero esta vez no se limita una crítica encarnizada y, como protesta, dimite del Comité central. Motivos: el Comité central no ha respondido, desde el comienzo de la conferencia, a sus intimaciones sobre la toma del poder; la redacción del órgano del partido (Stalin) publica intencionadamente sus artículos con retraso, suprimiendo consideraciones sobre "errores tan irritantes de los bolcheviques como el muy vergonzoso de participar en el preparlamento", etc. Lenin no considera posible encubrir esa política ante el partido. "Me veo obligado a pedir mi salida del Comité central, y así lo hago, y a reservarme la libertad de agitación en la base del partido y en el congreso del partido."

Según los documentos, no se ve cómo fue arreglado más tarde ese asunto formalmente. En todo caso, Lenin no salió del Comité central. Al presentar su dimisión que, en su caso, no podía ser una simple consecuencia de un momento de irritación, Lenin se reservaba evidentemente la posibilidad de quedar libre, si fuera necesario, de la disciplina interior del Comité central: no dudaba de que, como en abril, un llamamiento directo a la base le garantizaría la victoria. Pero una revuelta abierta contra el Comité central suponía la preparación de un congreso extraordinario y, por tanto, exigía tiempo, que era precisamente lo que faltaba. Sin hacer pública su carta de dimisión ni salirse enteramente de los límites de la legalidad del partido, Lenin sigue desarrollando la ofensiva dentro del partido-con mayor libertad. No solamente envía a los comités de Petrogrado y Moscú sus cartas al Comité central, sino que también hace llegar copias a los militantes más seguros de los barrios. A principios de octubre, pasando ahora por encima del Comité central, Lenin escribe directamente a los comités de Petrogrado y Moscú: "Los bolcheviques no tienen derecho a esperar el Congreso de los soviets, han de tomar el poder en seguida... Tardar es un crimen. Esperar el Congreso de los soviets, es un juego pueril de formalidades, es traicionar a la revolución." Desde el punto de vista de las relaciones jerárquicas, los actos de Lenin no eran del todo irreprochables. Pero se trataba de algo más importante que de consideraciones de disciplina formal.

Svejnikov, uno de los miembros del Comité del distrito de Viborg, dice en sus Memorias: "Ilich escribía y escribía infatigablemente desde su retiro y Nadeja Konstantinovna (Krupskaya) nos leía a menudo estos manuscritos al comité... Las palabras inflamadas del jefe acrecentaban nuestra fuerza... Recuerdo como si fuera hoy a Nadeja Konstantinovna, en una de las salas de la dirección del distrito donde trabajaban las dactilógrafas, comparando con cuidado la reproducción con el original y, a su lado, "Diadia" y "Genia" pidiendo una copia. " Diadia (el tío) y Genia (Eugenio) eran, en la conspiración, los nombres de guerra de los dirigentes. "No hace mucho -cuenta Naumov, un militante del distrito- recibimos de Ilich una carta dirigida al Comité central... Después de haberla leído, hemos quedado sorprendidos. Resulta que Lenin está planteando desde hace tiempo ante el Comité central el problema de la insurrección. Hemos protestado y hemos empezado a presionar sobre el centro." Era precisamente lo que hacía falta.

En los primeros días de octubre, Lenin pide a la Conferencia del partido en Petrogrado que se pronuncie claramente a favor de la insurrección. A iniciativa suya, la conferencia "ruega con insistencia al Comité central que adopte todas las medidas necesarias para dirigir la inevitable insurrección de los obreros, soldados y campesinos." En esta frase hay dos camuflajes, uno jurídico y otro diplomático: se habla de dirigir la "inevitable insurrección" y no de preparación directa de la insurrección, para no dar así demasiadas bazas a los fiscales; la Conferencia "ruega al Comité central", no exige ni protesta: es un tributo evidente al prestigio de la más alta institución del partido. Pero en otra resolución, también redactada por Lenin, se dice más claramente: "...En las esferas dirigentes del partido existen fluctuaciones, como si se temiese luchar por la toma del poder, tendiendo a sustituir esta lucha con resoluciones, protestas y congresos." Esto es casi levantar abiertamente al partido contra el Comité central. Lenin no se decidía a la ligera a dar semejante paso. Pero se trataba de la suerte de la revolución y todas las demás consideraciones pasaban a segundo plano.

El 8 de octubre, Lenin se dirigió a los delegados bolcheviques del Congreso regional del Norte: "No podemos esperar al Congreso panruso de los soviets, que el Comité ejecutivo central es capaz de aplazar hasta noviembre, no podemos dejarlo para más tarde y permitir a Kerenski que traiga más tropas kornilovianas." El Congreso regional, donde están representados Finlandia, la flota y Reval, ha de tomar la iniciativa de "un movimiento inmediato sobre Petrogrado". El llamamiento a una insurrección inmediata se dirige esta vez a los representantes de decenas de soviets. El llamamiento viene de Lenin en persona: no hay decisiones del partido, la más alta instancia del partido no se ha pronunciado todavía.

Había que tener una gran confianza en el proletariado, en el partido, pero una seria desconfianza en el Comité central para plantear, independientemente de éste, bajo una responsabilidad personal, desde el oscuro retiro, la agitación por la insurrección armada, empleando tan sólo unas simples hojas de papel de cartas llenas de una escritura fina. ¿Cómo es posible que Lenin, a quien hemos visto aislado en las altas esferas de su propio partido a principios de abril, se encuentre de nuevo aislado en septiembre y a principios de octubre? Eso no se puede comprender si se da crédito a la estúpida leyenda que representa la historia del bolchevismo como la emanación pura y simple de una idea revolucionaria. En realidad, el bolchevismo se desarrolló en un medio social determinado, sometido a diversas presiones, entre ellas la influencia del cerco de la pequeña burguesía y del atraso cultural. Sólo a través de una crisis interna, el partido se adapta a cada nueva situación.

Para comprender la ardua lucha en las altas esferas del bolchevismo que precedió a Octubre, es preciso todavía echar una mirada atrás en relación a los procesos dentro del partido, de los que se ha tratado ya en el primer tomo de esta obra. Hacer esto es más que nunca indispensable, dado que, precisamente en estos momentos, la fracción de Stalin hace esfuerzos inauditos, incluso a escala internacional, para borrar de la historia todo recuerdo de cómo se preparó y se llevó a cabo la insurrección de Octubre.

Durante los años que precedieron a la guerra, los bolcheviques se llamaban a sí mismos en la prensa "demócratas consecuentes". Este seudónimo no había sido elegido al azar. El bolchevismo, y sólo él, tenía la audacia de plantear hasta el fin las consignas de la democracia revolucionaría. Pero no iba más adelante en el pronóstico de la revolución. Ahora bien, la guerra, al ligar indisolublemente la democracia burguesa con el imperialismo, demostró definitivamente que el programa de la "democracia consecuente" sólo podía ser realizado a través de una revolución proletaria. Aquellos de entre los bolcheviques que no habían sacado de la guerra estas conclusiones, tenían que verse cogidos fatalmente de improviso por la revolución y convertirse así en compañeros de viaje, de izquierda, de la democracia burguesa.

Pero un estudio escrupuloso de los documentos que caracterizan la vida del partido durante la guerra y en el comienzo de la revolución, a pesar de sus enormes lagunas y no casuales, y, a partir de 1932, a pesar de su carácter tendencioso más acusado, muestra claramente el enorme desplazamiento ideológico producido en la capa superior de los bolcheviques durante la guerra, cuando la vida regular del partido había cesado prácticamente. La causa de este fenómeno es doble: ruptura con las masas, ruptura con la emigración, es decir, sobre todo, con Lenin, y, como resultado: caer en el aislamiento y el provincialismo.

Ni uno solo de los viejos bolcheviques en Rusia, todos ellos abandonados a sí mismos, redactó documento alguno que pueda ser considerado al menos como un jalón en el camino de la II a la III Internacional. "Las cuestiones de la paz, de la naturaleza de la revolución ascendente, el papel del partido en el futuro gobierno provisional, etc. -escribía hace unos años Antónov-Saratovski, uno de los viejos miembros del partido- aparecían ante nosotros de manera bastante confusa o bien no entraban en absoluto dentro de nuestras reflexiones". Hasta ahora no se ha publicado en Rusia una sola obra, una sola página de cuaderno, una sola carta en la que Stalin, Molotov u otros dirigentes actuales hubiesen formulado, aunque fuera de paso, aun a escondidas, sus opiniones sobre las perspectivas de la guerra y de la revolución. Esto no significa, por supuesto, que "los viejos bolcheviques" nada hayan escrito sobre esas cuestiones durante los años de guerra, de hundimiento de la socialdemocracia y de preparación de la revolución rusa; los acontecimientos exigían muy imperiosamente una respuesta, y la prisión o la deportación daban tiempo suficiente para las reflexiones y la correspondencia. Pero, en todo lo que ha sido escrito sobre estos temas, no se ha encontrado nada que pueda interpretarse, ni siquiera abusivamente, como un avance hacia las ideas de la revolución de Octubre. Baste mencionar que el Instituto de Historia del partido no puede publicar una sola línea salida de la pluma de Stalin entre 1914 y 1917, y se ve obligado a disimular con cuidado los documentos más importantes referentes a marzo de 1917. En las biografías políticas oficiales de la mayoría de la capa actualmente dirigente, los años de guerra están marcados como una página en blanco. Esa es la simple verdad.

Uno de los últimos historiadores jóvenes, Baievski, encargado especialmente de demostrar que los medios dirigentes del partido se orientaban durante la guerra hacia la revolución proletaria, a pesar de que su conciencia científica se manifestó bastante elástica, no ha podido ofrecer material alguno salvo esta pobre declaración: "No se puede seguir el desarrollo de este proceso, pero algunos documentos y recuerdos prueban sin lugar a dudas que el pensamiento del partido instigaba subterráneamente en el sentido de las tesis de abril de Lenin." ¡Como si se tratara de búsquedas subterráneas y no de apreciaciones científicas y de pronósticos políticos!

La Pravda de Petrogrado intentó, a comienzos de la revolución, adoptar una posición internacionalista, sumamente contradictoria en realidad, pues no se salía del marco de la democracia burguesa. Los bolcheviques autorizados que volvían de la deportación dieron en seguida al órgano central una dirección democrático-patriótica. Kalinin, para rechazar las acusaciones de oportunismo de que era objeto, recordó el 30 de mayo que había que "tomar ejemplo de la Pravda. Al principio, la Pravda llevaba una cierta política. Llegaron Stalin, Muránov y Kámenev y orientaron en otro sentido el timón de la Pravda".

¡Hay que decirlo claramente! -escribía, hace unos años, Molotov-, el partido no tenía la visión clara y la decisión que exigía el momento revolucionario... La agitación, así como todo el trabajo revolucionario del partido en su conjunto, carecía de bases sólidas, pues el pensamiento no había llegado aún a audaces deducciones sobre la necesidad de una lucha directa sobre el socialismo y la revolución socialista". "El viraje sólo empezó durante el segundo mes de la revolución". Desde la llegada de Lenin a Rusia, en abril de 1917 -testimonia Molotov-, nuestro partido sintió pisar terreno sólido bajo sus pies... Hasta ese momento, el partido tanteaba aún débilmente y sin seguridad para encontrar su camino".

Las ideas de la revolución de Octubre no podían ser descubiertas a priori ni en Siberia ni en Moscú, ni siquiera en Petrogrado, sino solamente en la confluencia de las rutas históricas mundiales. Los problemas de la revolución burguesa retrasada debían ser vinculados a las perspectivas del movimiento proletario mundial con el fin de poder formular, en relación a Rusia, un programa de dictadura del proletariado. Era necesario un puesto de observación más elevado, un horizonte no nacional, sino internacional, sin hablar de un armamento más serio del que disponían los llamados "prácticos rusos del partido".

El derrocamiento de la monarquía abría, a sus ojos, la era de una Rusia republicana "libre", en la cual se disponían, según el ejemplo de los países occidentales, a iniciar la lucha por el socialismo. Tres viejos bolcheviques, Ríkov, Skvortsov y Begman, "por mandato de los socialdemócratas de la región de Narim, liberados por la revolución", telegrafiaban en marzo desde Tomsk: "Saludamos a la reaparecida Pravda, que con tanto éxito ha preparado a los cuadros revolucionarios para la conquista de la libertad política. Expresamos la profunda convicción de que conseguirá agruparlos en torno a su bandera para continuar la lucha en nombre de la revolución nacional". De ese telegrama colectivo se desprende toda una posición de conjunto: la separa un abismo de las tesis de abril de Lenin. La insurrección de febrero había transformado, de un solo golpe, al grupo dirigente del partido, con Kámenev, Ríkov y Stalin a la cabeza, en demócratas de defensa nacional, y que evolucionaban hacia la derecha acercándose a los mencheviques. Yaroslavski, futuro historiador del partido; Ordjonikidze, el futuro jefe de la Comisión central de control; Petrovski, el futuro presidente del Comité ejecutivo central de Ucrania, publicaron en marzo, en estrecha alianza con los mencheviques, en Yakutsk, la revista Socialdemócrata, impregnada de reformismo patriótico y de liberalismo: en los años que siguieron, esta publicación fue cuidadosamente recogida y destruida.

"Hay que reconocer abiertamente -escribía Angarski, uno de los integrantes de ese medio, cuando aún se podían escribir cosas semejantes- que un número considerable de viejos bolcheviques, hasta la conferencia de abril del partido, sobre la cuestión del carácter de la revolución de 1917 mantenían los viejos puntos de vista bolcheviques de 1905 y que era bastante difícil renunciar a esos puntos de vista, eliminarlos". Convendría añadir que las ideas ya desfasadas de 1905 dejaban de ser en 1917 "viejos puntos de vista bolcheviques" y se transformaban en las ideas de un reformismo patriótico.

"Las tesis de Abril de Lenin -declara una publicación histórica oficial- no triunfaron en el Comité de Petrogrado. Sólo dos votos, contra tres y una abstención, se pronunciaron en favor de esas tesis que abrían una nueva época". "Las conclusiones de Lenin parecían demasiado atrevidas, aun a sus discípulos más entusiastas", escribe Podvoiski. Las declaraciones de Lenin -según la opinión del Comité de Petrogrado y de la Organización militar- "condujeron... al aislamiento al partido de los bolcheviques, agravando con ello enormemente la situación del proletariado y del partido".

Stalin, a finales de marzo se pronunciaba por la defensa nacional, por el apoyo condicionado al gobierno provisional, por el manifiesto pacifista de Sujánov, por una fusión con el partido de Tsereteli. "Compartí esa posición errónea -escribía el mismo Stalin, retrospectivamente, en 1924- con otros camaradas del partido y no renuncié a ella enteramente más que a mediados de abril, adhiriendo a las tesis de Lenin. Era necesaria una nueva orientación. Lenin se la dio al partido con sus célebres tesis de abril..."

Aun a finales de abril, Kalinin propugnaba todavía un bloque electoral con los mencheviques. En la Conferencia del partido, Lenin decía: "Me opongo resueltamente a Kalinin, pues un bloque con... los chovinistas es algo inconcebible... Es traicionar al socialismo". La actitud de Kalinin no era una excepción, ni siquiera en Petrogrado. En la conferencia se decía: "El ambiente asfixiante de la unión, bajo la influencia de Lenin, empieza a disiparse".

En las provincias la resistencia ante la tesis de Lenin continuó durante mucho tiempo en determinadas regiones, casi hasta octubre. Según el relato de un obrero de Kiev, Sivtsov, "las ideas expuestas en las tesis [de Lenin] no fueron asimiladas inmediatamente por toda la organización bolchevique de Kiev. Algunos camaradas, Piatakov entre ellos, estaban en desacuerdo con las tesis..." Morgunov, un ferroviario de Jarkov, cuenta esto: "Los viejos bolcheviques gozaban de una gran influencia en toda la masa de ferroviarios... Muchos de ellos no pertenecían a nuestra fracción... Después de la revolución de Febrero, algunos, por error, adhirieron a los mencheviques, de lo cual ellos mismos se reían más tarde, preguntándose cómo pudo haberles sucedido". No faltan testimonios de la misma naturaleza.

A pesar de todo esto, la historiografía oficial considera actualmente como un sacrilegio el mencionar siquiera el rearme del partido efectuado por Lenin en abril. Los historiadores últimos han sustituido el criterio histórico por el del prestigio del partido. No pueden citar ni a Stalin, que, todavía en 1924, se veía obligado a reconocer toda la profundidad del viraje de abril. "Fueron necesarias las famosas tesis de abril de Lenin para que el partido pudiera lanzarse por un nuevo camino." "Nueva orientación" y "nuevo camino", en eso consiste el rearme del partido. Pero, seis años más tarde, cuando Yaroslavski, como historiador, recordó que Stalin había adoptado en los comienzos de la revolución "una posición errónea en las cuestiones esenciales", se le atacó ferozmente de todos lados. ¡El ídolo del prestigio es, de entre todos los monstruos, el más devorado!

La tradición revolucionaria del partido, la presión de los obreros de la base, la crítica de Lenin al grupo dirigente, forzaron a la capa superior del partido a "lanzarse por un nuevo camino" durante abril y mayo, usando los mismos términos que empleó Stalin. Pero habría que ignorar totalmente la psicología política para suponer que un simple voto de adhesión a las tesis de Lenin significaba una renuncia efectiva y total a "la posición errónea sobre las cuestiones esenciales". En realidad, los puntos de vista del democratismo vulgar que se habían reforzado orgánicamente durante los años de guerra, si bien se adaptaron a un nuevo programa, mantenían una sorda oposición con él.

El 6 de agosto, Kámenev, pese a la resolución de la Conferencia de abril de los bolcheviques, se pronuncia en el Comité ejecutivo por la participación en la conferencia de los socialpatriotas que se prepara en Estocolmo. Nadie responde en el órgano central del partido a la declaración de Kámenev. Lenin escribe un artículo fulminante que no aparece, sin embargo, más que diez días después del discurso de Kámenev. Fue necesaria una enérgica presión por parte de Lenin mismo y de otros miembros del Comité central para obtener que la redacción, a cuya cabeza se encontraba Stalin, publicara la protesta.

Movimientos convulsivos de indecisión se propagaron en el partido después de las jornadas de Julio: el aislamiento de la vanguardia proletaria asustaba a muchos dirigentes, sobre todo en provincias. Durante las jornadas kornilovianas, estos medrosos intentaron acercarse a los conciliadores, lo que provocó un nuevo grito de advertencia por parte de Lenin.

El 30 de agosto, Stalin, en tanto que jefe de redacción, publica sin la menor reserva un artículo de Zinóviev, "Lo que no debe hacerse", dirigido contra la preparación de la insurrección. "Hay que mirar la verdad de frente: se dan en Petrogrado numerosas circunstancias que favorecen el estallido de un levantamiento del tipo de la Comuna de París de 1871..." El 3 de septiembre, Lenin, sin nombrar a Zinóviev, pero atacándole indirectamente, escribe: "La alusión a la Comuna es muy superficial y hasta tonta. Porque, en primer lugar, algo han aprendido, sin embargo, los bolcheviques desde 1871, no habrían dejado de apoderarse de los Bancos, no habrían renunciado a una ofensiva contra Versalles; y, en esas condiciones, la Comuna habría podido vencer incluso. Además, la Comuna no podía proponer al pueblo, en seguida, lo que podrán proponer los bolcheviques si detentan el poder: la tierra a los campesinos, la propuesta inmediata de paz." Era una advertencia anónima, pero inequívoca, no solamente a Zinóviev, sino al redactor de la Pravda, Stalin.

La cuestión del Preparlamento escindió en dos el Comité central. La decisión de la fracción de la conferencia a favor de la participación en el Preparlamento obtuvo el apoyo de muchos comités locales, si no de la mayoría. Así sucedió, por ejemplo, en Kiev. "En relación a... la entrada en el Preparlamento -escribe en sus Memorias E. Boch-, la mayoría del Comité se pronunció por la participación y eligió representante a Piatakov." En muchos casos, como los de Kámenev, Ríkov, Piatakov y otros, podemos señalar una serie de vacilaciones: contra las tesis de Lenin en abril, contra el boicot al Preparlamento en septiembre, contra el levantamiento en octubre. En cambio, la capa inferior de los cuadros bolcheviques, más próxima a las masas y más nueva políticamente, adoptó fácilmente la consigna de boicot y obligó a cambiar de orientación rápidamente a los comités e incluso al Comité central. Así, por ejemplo, la Conferencia de la ciudad de Kiev se pronunció por una aplastante mayoría contra su comité. De este modo, en casi todos los difíciles virajes políticos, Lenin se apoyaba en las capas inferiores del partido contra las más altas, o en la masa del partido contra el aparato en su conjunto.

En esas condiciones, las vacilaciones que precedieron a Octubre no podían coger de improviso a Lenin. Estaba prevenido con una perspicaz desconfianza, estaba alerta ante cualquier síntoma alarmante, partía de los peores supuestos y consideró oportuno presionar una y otra vez antes que mostrarse indulgente.

Sin duda alguna, fue por inspiración de Lenin que el Secretariado regional de Moscú adoptó, a finales de septiembre, una resolución severa contra el Comité central acusándolo de indecisión, de vacilar constantemente, de introducir la confusión en las filas del partido, y exigiendo que "tomase una línea clara y definida hacia la insurrección". En nombre del Secretariado de Moscú, Lómov comunicaba, el 2 de octubre, esta decisión al Comité central. En el acta se señala: "Se ha decidido no abrir debate sobre el informe." El Comité central seguía aún eludiendo el problema de saber qué hacer. Pero la presión de Lenin a través de Moscú surtió sus efectos: dos días después, el Comité central decidió abandonar el Preparlamento.

Enemigos y adversarios comprendieron que ese abandono abría la marcha hacia la insurrección. "Trotsky, al ordenar a su ejército evacuar el Preparlamento -escribe Sujánov- se orientaba claramente hacia una insurrección violenta." El informe al Soviet de Petrogrado sobre el abandono del Preparlamento acababa con el grito: " ¡Viva la lucha directa y abierta por el poder revolucionario en el país!" Era el 9 de octubre.

Al día siguiente tuvo lugar, a instancias de Lenin, la famosa sesión del Comité central donde se planteó en todo su alcance el problema de la insurrección. Del resultado de esa sesión Lenin hacía depender su política interior: a través del Comité central o contra él. "¡Oh, nuevas agudezas de la graciosa musa de la Historia!", escribe Sujánov. "Esta sesión decisiva de los altos dirigentes se celebró en mi casa, en mi alojamiento de la misma calle Karpovka (32, alojamiento 31). Pero todo esto sucedía a mis espaldas." La mujer del menchevique Sujánov era bolchevique. "Esta vez se adoptaron medidas particulares para hacerme pasar la noche fuera: por lo menos, mi mujer se informó exactamente sobre mis intenciones y me aconsejó amistosa y desinteresadamente que no me fatigase demasiado después de un largo viaje. En cualquier caso, la alta asamblea estaba completamente a resguardo de una incursión por mi parte." La reunión se encontraba, y esto es más importante, a resguardo de una incursión de la policía de Kerenski.

Doce de los veintiún miembros del Comité central estaban presentes. Lenin llegó con peluca, gafas y afeitado. La sesión duró unas diez horas seguidas hasta la alta noche. Durante un momento de descanso, se sirvió té con pan y salchichón para reponer fuerzas. Y era muy necesario: se trataba de tornar el poder en el antiguo Imperio de los zares. La sesión empezó con el acostumbrado informe organizativo- de Sverdlov. Esta vez, las informaciones que dio estaban dedicadas al frente y no cabía duda de que las había concertado previamente con Lenin para ofrecerle un apoyo en sus deducciones, lo cual respondía perfectamente a los procedimientos habituales de Lenin. Los representantes de los ejércitos del frente norte hacían saber, por intermedio de Sverdlov, que el comando contrarrevolucionario preparaba "un golpe bajo llevando las tropas a la retaguardia". Comunicaban desde Minsk, desde el Estado Mayor del frente oeste, que se preparaba allí una nueva aventura korniloviana. Ante el espíritu revolucionario de la guarnición local, el Estado Mayor había hecho cercar la ciudad por contingentes de cosacos. "Hay conversaciones turbias entre los Estados Mayores y el Gran cuartel general." Nada impide echar el guante el Estado Mayor de Minsk: la guarnición local está dispuesta a desarmar a los cosacos que rodean la ciudad. También se puede enviar desde Minsk un cuerpo de ejército contrarrevolucionario a Petrogrado. En el frente están bien dispuestos hacia los bolcheviques, marcharán contra Kerenski. Esa es la introducción: no es suficientemente clara en todos sus aspectos, pero es muy reconfortante.

Lenin pasa inmediatamente a la ofensiva: "Desde comienzos de septiembre se observa cierta indiferencia hacia el problema de la insurrección." Se alega un enfriamiento y una desilusión de las masas. No es extraño: "Las masas se han cansado de palabras y de resoluciones." Hay que analizar la situación en su conjunto. Los acontecimientos en las ciudades tienen por fondo, ahora, un gigantesco movimiento campesino. El gobierno necesitaría fuerzas colosales para aplastar el levantamiento del campo. "La situación política se halla, en consecuencia, preparada. Hay que hablar de la parte técnica. Todo se reduce a esto. Sin embargo, nosotros, siguiendo a los partidarios de la defensa nacional, nos inclinamos a considerar la preparación sistemática de la insurrección como un pecado político." El informador modera, evidentemente, sus términos: se guarda muchas cosas. "Hay que aprovechar el Congreso regional de los Soviets del norte y la propuesta de Minsk para lanzar una acción decisiva."

El Congreso del norte comenzó el mismo día que la sesión del Comité central y debía prolongarse dos o tres días. Lenin consideraba que la tarea de los próximos días consistía en "desarrollar una acción decisiva". No es posible esperar más. No se pueden aplazar las cosas. En el frente -se lo hemos oído a Sverdlov se prepara un golpe de Estado. ¿Habrá un Congreso de los soviets? No se puede saber. Hay que tomar el poder inmediatamente, sin esperar ningún congreso. "Intraducible, inexpresable -escribía Trotsky unos años después- quedó el espíritu general de esas improvisaciones tenaces y apasionadas, imbuidas del deseo de transmitir a los adversarios, a los vacilantes, a los inseguros, su pensamiento, su voluntad, su seguridad, su coraje..."

Lenin esperaba encontrar una gran resistencia. Pero sus temores se desvanecieron pronto. El rechazo unánime con que el Comité central había acogido en septiembre la propuesta de una insurrección inmediata tenía un carácter episódico: el ala izquierda se había pronunciado contra "el cerco del teatro Alexandra" en función de la coyuntura; el ala derecha, por motivos de estrategia general que en aquel momento no habían sido, sin embargo, estudiados a fondo. Durante las tres semanas transcurridas, el Comité central había evolucionado considerablemente hacia la izquierda. Diez votos contra dos se pronunciaron por la insurrección. ¡Era una gran victoria!

Poco después de la insurrección, en una nueva etapa de la lucha interna del partido, Lenin recordó, en un debate del Comité de Petrogrado, cómo en la sesión del Comité central "había temido una actitud oportunista de los internacionalistas unificadores, pero este temor se fue luego; en nuestro partido algunos miembros [del Comité central] no estuvieron de acuerdo. Eso me apenó mucho". Entre los "internacionalistas", aparte de Trotsky, a quien Lenin no hacía referencia en estas apreciaciones, formaban parte del Comité central: Yofe, futuro embajador en Berlín; Uritski, futuro jefe de la Cheka en Petrogrado; y Sokolnikov, el futuro creador del chervonetz: los tres se pusieron del lado de Lenin. En contra se pronunciaron dos viejos bolcheviques que, en el pasado, habían sido los más próximos a Lenin: Zinóviev y Kámenev. A ellos alude Lenin cuando dice: "Eso me apenó mucho." La sesión del día 10 consistió casi enteramente en una apasionada polémica con Zinóviev y Kámenev: Lenin llevaba la ofensiva, el resto se le unían uno tras otro.

La resolución redactada con prisas por Lenin, escrita a lápiz sobre una hoja de papel escolar cuadriculado, era de una arquitectura imperfecta, pero en cambio daba un sólido apoyo a la corriente en favor de la insurrección. "El Comité central reconoce que tanto la situación internacional de la revolución rusa (sublevación de la flota en Alemania como manifestación extrema del progreso de la revolución socialista mundial en toda Europa, y luego la amenaza de una paz de los imperialistas con el fin de sofocar la revolución en Rusia), como la situación militar (la indiscutible decisión de la burguesía rusa, de Kerenski y Cía, de entregar Petrogrado a los alemanes), todo ello ligado al levantamiento campesino y al giro de la confianza popular hacia nuestro partido (elecciones en Moscú), finalmente, la evidente preparación de una segunda aventura korniloviana (evacuación de las tropas de Petrogrado, expedición a Petrogrado de cosacos, cerco de Minsk por los cosacos, etc.), pone al orden del día la insurrección armada. Reconociendo, pues, que la insurrección armada es inevitable y que está madura ya, el Comité central invita a todas las organizaciones del partido a guiarse por ello y a discutir y resolver desde este punto de vista todas las cuestiones prácticas (Congreso de los soviets de la región del norte, evacuación de las tropas de Petrogrado, movimientos de tropas de Moscú y de Minsk, etc.)"

Conviene señalar, tanto para la apreciación del momento como para tener en cuenta la peculiaridad del autor, el orden mismo de las condiciones de la insurrección: en primer lugar, la revolución mundial madura; la insurrección en Rusia no es más que un eslabón de la cadena general. Ese es el invariable punto de partida de Lenin, sus grandes premisas: no podía proceder de otro modo. La insurrección es planteada directamente como la tarea del partido: no se aborda por el momento el difícil problema de un acuerdo con los soviets para preparar la insurrección. Ni una palabra sobre el Congreso panruso de los Soviets. Como puntos de apoyo para la insurrección, se añaden a instancias de Trotsky, luego del congreso regional del norte y del "movimiento de las tropas de Moscú y de Minsk", las palabras sobre "la evacuación de las tropas de Petrogrado". Era la única alusión al plan de insurrección que se imponía en la capital por la marcha misma de los acontecimientos. Nadie propuso enmiendas tácticas a la resolución que determinaba el punto de partida estratégico de la insurrección contra Zinóviev y Kámenev, quienes negaban la necesidad misma del levantamiento.

Las tentativas hechas posteriormente por la historiografía oficial para presentar las cosas como si los dirigentes del partido, salvo Zinóviev y Kámenev, se hubieran pronunciado a favor de la insurrección, se ven demolidas por los hechos y los acontecimientos. Aparte de que muchos que votaron a favor de la insurrección estaban frecuentemente dispuestos a aplazarla hasta una fecha indeterminada, Zinóviev y Kámenev no estaban aislados, ni siquiera en el Comité central: Ríkov y Noguín, ausentes de la sesión del 10, compartían enteramente su punto de vista, y Miliutin estaba cerca de ellos. "Se observan fluctuaciones en los círculos dirigentes del partido, una especie de temor a la lucha por el poder", ése es el testimonio personal de Lenin. Según Antónov-Saratovski, Miliutin, llegado a Saratov después del 10, "hablaba de una carta de Ilich exigiendo que "empezáramos la cosa", hablando de las tergiversaciones del Comité central, del "fracaso" inicial de la propuesta de Lenin, de su indignación, y, por-,,, último, de que todo se orientaba hacia la insurrección". El bolchevique Sadovski escribió más tarde de "cierta falta de seguridad y de determinación que reinaban entonces. Aun en el seno del Comité central, en este período, había, como se sabe, fricciones y conflictos, se preguntaban cómo empezar y si había que empezar".

Sadovski era, en ese período, uno de los dirigentes de la Sección militar del Soviet y de la Organización militar de los bolcheviques. Pero, precisamente, los miembros de la Organización militar, como se puede ver en diferentes Memorias, miraban con mucha prevención en octubre la idea de una insurrección: el carácter específico de la organización inclinaba a los dirigentes a subestimar las condiciones políticas y a sobreestimar las condiciones técnicas. El 16 de octubre, Krilenko decía en un informe: "La mayoría del Secretariado [de la Organización militar] considera que la cuestión no debe plantearse prácticamente demasiado a fondo, pero la minoría piensa que se puede asumir la iniciativa." El 18, otro miembro eminente de la Organización militar, Laschevich, decía: "¡Hay que tomar inmediatamente el poder! Creo que no hay que forzar los acontecimientos... Nada garantiza que podamos guardar el poder... El plan estratégico propuesto por Lenin cojea por las cuatro patas." Antónov-Ovseenko relata la entrevista de los principales militares de la Organización militar con Lenin: "Podvoiski presentaba dudas, Nevski a veces le apoyaba y otras cedía al tono seguro de Ilich: yo exponía la situación en Finlandia... La seguridad y firmeza de Ilich me produjeron mayor ánimo y estimularon a Nevski, pero Podvoiski siguió con sus dudas." No hay que olvidar que en todas las Memorias de este género las dudas se pintan con tono de acuarela; las seguridades, con fuertes pinceladas de óleo.

Chudnovski se pronunció resueltamente contra la insurrección. Manuilski, escéptico, repetía su advertencia de que "el frente no estaba con nosotros". Tomski se opuso al levantamiento. Volodarski apoyaba a Zinóviev y Kámenev. No todos los adversarios de la insurrección se manifestaban abiertamente. En la sesión del Comité de Petrogrado, el día 15, Kalinin afirmaba: "La resolución del Comité central es una de las mejores que se hayan adoptado en él... Hemos llegado prácticamente al momento de la insurrección armada. Pero, ¿cuándo será posible? Quizás dentro de un año, no se sabe aún." Un "acuerdo" de ese género con el Comité central, aunque típico en Kalinin, no era, sin embargo, particular en él sólo. Fueron muchos los que se adhirieron a la resolución para poder luchar mejor contra el levantamiento.

Los círculos dirigentes de Moscú eran los menos unánimes de todos. El Secretariado regional apoyaba a Lenin. En el Comité de Moscú las fluctuaciones eran enormes y predominaba la opinión de aplazar las cosas. El Comité provincial no adoptaba una actitud definida y, además, los del Secretariado regional consideraban, según afirma Yakovleva, que en el momento decisivo el Comité provincial se inclinaría al lado de los adversarios de la insurrección.

Lebedev, un militante de Saratov, cuenta que en su visita a Moscú, poco antes de la insurrección, paseando con Ríkov, éste, señalándole los edificios de piedra, las lujosas tiendas, la animación agitada de la calle, se lamentaba de las dificultades que implicaba la tarea a realizar. "Aquí, en el centro mismo del Moscú burgués, nos sentimos realmente como pigmeos proyectando derribar una montaña."

En cada organización del partido, en cada uno de sus comités provinciales, había militantes con el mismo estado de ánimo que el de Zinóviev y Kámenev; eran mayoritarios en muchos comités. Hasta en el foco proletario de Ivanovo-Vosnesenk, donde los bolcheviques dominaban sin competencia, las disensiones entre los altos dirigentes fueron muy graves. En 1925, cuando las reminiscencias se adaptaban ya a las necesidades del nuevo curso, Kiselev, viejo militante bolchevique, escribía: "Los elementos obreros del partido, salvo algunas excepciones individuales, seguían a Lenin; contra Lenin se pronunciaba un grupo poco numeroso de intelectuales del partido y algunos obreros aislados". En las discusiones públicas, los adversarios de la insurrección empleaban los mismos argumentos que los de Zinóviev y Kámenev. "Pero en las discusiones particulares -escribe Kiselev- la polémica adquiría formas más agudas y francas, y se llegaba a afirmar que "Lenin estaba loco, que empujaba a la clase obrera a su ruina, que nada resultaría de ese levantamiento armado, que seríamos derrotados, que aplastarían al partido y a la clase obrera, y que todo esto postergaría la revolución durante años, etc."" Tal era, en particular, el estado de espíritu de Frunze, personalmente muy valeroso, pero que no se distinguía por su amplitud de miras.

Ni siquiera la victoria de la insurrección en Petrogrado pudo destruir en todas partes la inercia de la expectativa y la resistencia directa del ala derecha. Las vacilaciones de la dirección casi llevaron luego al fracaso de la insurrección en Moscú. En Kiev, el Comité dirigido por Piatakov, con su política puramente defensiva, transmitió la iniciativa y, luego, el poder mismo a la Rada. "La organización de nuestro partido en Vonorej -cuenta Vrachev- vacilaba enormemente. Incluso allí, el golpe de Estado fue realizado no por el Comité del partido, sino por su activa minoría, a cuya cabeza estaba Moisev." En no pocas capitales de provincia, los bolcheviques hicieron bloque en octubre con los conciliadores "para combatir a la contrarrevolución", como si los conciliadores no fueran en esos momentos uno de los principales pilares de ésta. Casi en todas partes fue necesario a menudo un impulso simultáneo de abajo y de arriba para romper las últimas vacilaciones del Comité local, obligarle a romper con los conciliadores y a ponerse a la cabeza del movimiento: "Finales de octubre y comienzos de noviembre fueron realmente jornadas "de profunda turbación" en los medios de nuestro partido. Muchos eran los que se dejaban ganar rápidamente por el ambiente", recuerda Schliapnikov, que pagó también amplio tributo a esas vacilaciones.

Todos esos elementos que, como por ejemplo los bolcheviques de Jarkov, se encontraron al comenzar la revolución en el campo de los mencheviques y luego se preguntaron estupefactos "cómo podía haberles sucedido", no hallaron lugar donde meterse durante las jornadas de Octubre y en general vacilaron, contemporizaron. Con mayor firmeza aún, hicieron valer sus derechos de "viejos bolcheviques" en el período de la reacción ideológica. Por considerable que haya sido, en estos últimos años, el trabajo destinado a disimular estos hechos, prescindiendo incluso de los archivos secretos, inaccesibles hoy al erudito, quedan siempre en los periódicos de ese tiempo, en las Memorias en las revistas históricas, numerosos testimonios de que el aparato mismo del partido más revolucionario opuso una poderosa resistencia en vísperas de la insurrección. En la burocracia se instala inevitablemente el espíritu conservador. El aparato sólo puede cumplir su función revolucionaria mientras actúe como instrumento al servicio del partido, es decir, subordinado a una idea y controlado por las masas.

La resolución del 10 de octubre tuvo una importancia considerable. Ofreció a los verdaderos partidarios de la insurrección un terreno legal sólido dentro del partido. En todas las organizaciones del partido, en todas las células, los elementos más resueltos comenzaron a ocupar los primeros puestos. Las organizaciones del partido, empezando por Petrogrado, se reagruparon, calcularon sus fuerzas y sus recursos, reforzaron sus lazos y dieron a la campaña por la insurrección un carácter más concentrado.

Pero la resolución no puso fin a los desacuerdos dentro del Comité central. Al contrario, les dio forma y los exteriorizó. Zinóviev y Kámenev, que se veían rodeados de simpatía por una parte de las esferas dirigentes, observaron asustados cuán rápida era la orientación hacia la izquierda. Decidieron no perder más tiempo y difundieron al día siguiente un largo llamamiento a los miembros del partido. "Ante la historia, ante el proletariado internacional, ante la revolución rusa y la clase obrera de Rusia -escribían- no tenemos el derecho de jugar ahora todo el futuro a la carta de la insurrección armada."

Su perspectiva era la de entrar, en tanto que fuerte oposición del partido, en la Asamblea constituyente, "la cual sólo podría apoyarse en los soviets para su trabajo revolucionario". De ahí la fórmula: "La Asamblea constituyente y los soviets, ése es el tipo combinado de instituciones estatales hacia el cual marchamos." La Asamblea constituyente, en la que se suponía que los bolcheviques estarían en minoría, y los soviets donde los bolcheviques estarían en mayoría, es decir, el órgano de la burguesía y el órgano del proletariado, deben ser "combinados" dentro del sistema pacífico de la dualidad de poderes. Esto no había sido posible ni siquiera bajo la dominación de los conciliadores. ¿Cómo se hubiera podido realizar con unos soviets bolchevizados?

"Sería un profundo error histórico -decían finalmente Zinóviev y Kámenev el plantear la cuestión del paso del poder al partido proletario de la siguiente manera: o ahora mismo, o nunca. No. El partido del proletariado crecerá, su programa se irá clarificando ante masas cada vez más numerosas." La esperanza de un crecimiento incesante del bolchevismo, independientemente de la marcha real de los conflictos de clases, contradecía irreductiblemente el leitmotiv de Lenin en esa época: "El triunfo de la revolución rusa y mundial depende de dos o tres días de lucha."

No es preciso añadir que, en este diálogo dramático, Lenin tenía toda la razón. Es imposible disponer de una situación revolucionaria según los deseos personales. Si los bolcheviques no hubieran tomado el poder en octubre-noviembre, es muy posible que nunca lo hubieran tomado. En lugar de una dirección firme, las masas habrían visto en los bolcheviques las mismas divergencias fastidiosas de siempre entre las palabras y los hechos y habrían abandonado al partido por engañar sus esperanzas durante dos o tres meses, del mismo modo que se habían separado de los socialistas revolucionarios y de los mencheviques. Una parte de los trabajadores habría caído en la indiferencia, otra habría consumado sus fuerzas en movimientos convulsivos, en explosiones anárquicas, en escaramuzas guerrilleras, en el terror de la venganza y de la desesperación. Recuperando así su aliento, la burguesía habría aprovechado para concluir una paz separada con el Hohenzollern y para aplastar las organizaciones revolucionarias. Rusia se habría visto de nuevo inserta en el circulo de los Estados capitalistas, en tanto que país semiimperialista y semicolonial. La insurrección proletaria se habría aplazado indefinidamente. La viva comprensión de esta perspectiva inspiraba a Lenin su grito de alarma: "El triunfo de la revolución rusa y mundial depende de dos o tres días de lucha."

Pero ahora, después del 10, la situación dentro del partido se había modificado radicalmente. Lenin ya no era un "oponente" aislado cuyas propuestas eran rechazadas por el Comité central. Fue el ala derecha quien se encontró aislada. Lenin ya no necesitaba conquistar su libertad de agitación a costa de su dimisión. La legalidad estaba de su parte. En cambio, Zinóviev y Kámenev, haciendo circular su documento dirigido contra la resolución adoptada por la mayoría del Comité central, estaban violando la disciplina. ¡Y Lenin, en la lucha, no dejaba impune el menor fallo del adversario!

En la sesión del día 10, a propuestas de Dzerchinski, se eligió un buró político compuesto de siete personas: Lenin, Trotsky, Zinóviev, Kámenev, Stalin, Sokolnikov y Bubnov. Pero la nueva institución se mostró totalmente inviable: Lenin y Zinóviev seguían escondidos aún; además, Zinóviev, igual que Kámenev, continuaba luchando contra la insurrección. El buró político constituido en octubre no se reunió ni una sola vez y fue olvidado muy pronto, como tantas otras organizaciones que habían sido formadas ad hoc en el remolino de los acontecimientos.

Ningún plan práctico de insurrección, ni siquiera aproximativo, fue esbozado en la sesión del día 10. Pero, sin que se mencionara en la resolución, se llegó al acuerdo de que la insurrección debía preceder al Congreso de los soviets y empezar, de ser posible, el 15 de octubre lo más tarde. No todos aceptaban esa fecha: estaba demasiado cerca, evidentemente, como para permitir tomar impulso en Petrogrado. Pero insistir en un plazo hubiera significado apoyar a las derechas y mezclar las cartas. ¡Además, nunca es demasiado tarde para aplazarla!

Trotsky, en sus recuerdos sobre Lenin escritos en 1924, siete años después de los acontecimientos, fue el que reveló por primera vez que la fecha primitiva había sido fijada para el día 15. Pronto Stalin lo desmintió y el problema tomó vivo interés en la literatura histórica rusa. Como se sabe, la insurrección se produjo en realidad el día 25 y, por tanto, la fecha primitivamente fijada fue dejada de lado. La historiografía de los epígonos considera que, en la política del Comité central, no podía haber ni errores ni retrasos. "Resultaría -escribe a este respecto Stalin- que el Comité central habría fijado el 15 de octubre como fecha para la insurrección y que luego él mismo habría infringido (!) esa decisión, aplazando el levantamiento hasta el 25 de octubre. ¿Es cierto eso? No, es falso." Stalin llega a la conclusión de que "Trotsky ha sido traicionado por su memoria." Como prueba de ello, se remite a la resolución del 10 de octubre, que no menciona ninguna fecha.

La controversia sobre la cronología de la insurrección es muy importante para poder comprender el ritmo de los acontecimientos y exige ser elucidada. Es totalmente cierto que la resolución del día 10 no establece ninguna fecha. Pero esta resolución de conjunto se refería a la insurrección en todo el país e iba dirigida a centenares y miles de dirigentes del partido. Insertar en ella la fecha conspirativa de la insurrección prevista para un día muy cercano en Petrogrado hubiera sido el colmo del aturdimiento: recordemos que Lenin, prudentemente, no fechaba ni siquiera sus cartas en este período. En este caso se trataba de una decisión a la vez tan importante y tan sencilla que todos los participantes podían memorizaría fácilmente, dado que era sólo cuestión de unos días. Cuando Stalin alega el texto de la resolución, hay, pues, un perfecto malentendido.

Estamos dispuestos a reconocer, sin embargo, que los recuerdos personales, y sobre todo cuando surge controversia, no bastan para un estudio histórico.

Por suerte, el problema se resuelve, sin lugar a dudas, si analizamos las circunstancias y los documentos.

El comienzo del congreso de los soviets estaba previsto para el 20 de octubre. Entre la jornada en que se reunió el Comité central y la fecha del congreso había un intervalo de diez días. El congreso no debía desarrollar la agitación por el poder de los soviets, sino tomarlo. Pero, por sí solos, unos centenares de delegados eran incapaces de tomar el poder; había que conseguirlo para el congreso y antes del congreso. "Lograd primero la victoria sobre Kerenski y luego convocad el congreso", esa era la idea central de toda la agitación de Lenin, a partir de la segunda quincena de septiembre. En principio, todos los que eran partidarios de la toma del poder estaban de acuerdo en eso. El Comité central no podía, pues, dejar de darse como tarea una tentativa de insurrección entre el 10 y el 20 de octubre. Pero, como no se podía prever cuántos días duraría la lucha, el comienzo de la insurrección fue fijado para el 15. "En relación a la fecha misma -escribe Trotsky en sus recuerdos sobre Lenin-, no hubo prácticamente ninguna objeción. Todos comprendían que la fecha tenía un carácter aproximado, por así decir, de orientación, y que, según los acontecimientos, podía ser adelantada o postergada. Pero era sólo cuestión de días. La necesidad misma de una fecha y, además cercana, era totalmente evidente."

En suma, el testimonio de la lógica permite resolver la cuestión. Pero no faltan pruebas complementarias. Lenin propuso insistentemente y repetidas veces utilizar el Congreso regional de los soviets del norte para emprender las operaciones militares. La resolución del Comité central adoptó esa idea. Pero el Congreso regional, que había comenzado el 10, debía terminarse precisamente antes del 15.

En la Conferencia del 16, Zinóviev, insistiendo para que se informase sobre la resolución adoptada seis días antes, declaraba: "Hay que decir claramente que, en los próximos cinco días, no vamos a organizar una insurrección"; se trataba de los cinco días que quedaban aún hasta el congreso de los soviets. Kámenev, que, en la misma conferencia, afirmaba que "fijar la fecha de la insurrección era una aventura", añadía también: "Hace unos días se decía que la insurrección estallaría antes del 20." Nadie le contradijo en esto ni podía hacerlo. El aplazamiento de la insurrección era interpretado por Kámenev precisamente como el fracaso de la resolución de Lenin. "En esa última semana, nada se había hecho" por la insurrección, según sus propias palabras. Evidentemente, exageraba: una vez fijada la fecha, todos se vieron obligados a poner más rigor en sus planes y a acelerar el ritmo de trabajo. Pero es indudable que el plazo de cinco días fijado en la sesión del 10 resultaba demasiado corto. Se imponía un aplazamiento. Fue sólo el día 17 cuando el Comité ejecutivo central aplazó hasta el 25 de octubre el comienzo del Congreso de los soviets. Ese aplazamiento vino, pues, perfectamente.

Alarmado ante los acontecimientos, Lenin, a quien, dado su aislamiento, debían aparecerle las fricciones internas de manera un tanto exagerada, insistió en que se convocara una nueva asamblea del Comité central con los representantes de las principales secciones de la capital. Precisamente en esta conferencia, el día 16, en las afueras de la ciudad, en Lesni, Zinóviev y Kámenev formularon sus ya conocidos argumentos sobre el aplazamiento de la fecha primitiva, oponiéndose al mismo tiempo a que se fijase otra nueva.

Las disensiones comenzaron de nuevo, más vivas todavía. Miliutin consideraba que "no estábamos preparados para dar el primer golpe... Pero otra perspectiva surge: la de un conflicto armado... Crece y cada vez está más cerca. Debemos estar preparados para este choque. Pero esa perspectiva es diferente de la de una insurrección." Miliutin adoptaba una posición defensiva que preconizaban más abiertamente Zinóviev y Kámenev. Chotman, viejo obrero de Petrogrado, que había vivido toda la historia del partido, afirmaba que en la conferencia de la ciudad y en el Comité de Petrogrado, y en la Organización militar, el estado de ánimo era mucho menos combativo que en el Comité central. "No podemos avanzar aún, pero hemos de prepararnos." Lenin atacaba a Miliutin y a Chotman por su apreciación pesimista de la relación de fuerzas: "No se trata de una lucha contra el ejército, sino de una lucha de una parte del ejército contra otra... Los hechos demuestran que estamos en superioridad con respecto al enemigo. ¿Por qué no puede empezar el Comité central?"

Trotsky estuvo ausente en esa sesión: en esos mismos momentos, hacía adoptar por el soviet el estatuto del Comité militar revolucionario. Pero el punto de vista establecido definitivamente en Smoldi durante los últimos días era defendido por Krilenko, que acababa de dirigir, junto con Trotsky y Antónov-Ovseenko, el Congreso regional de los soviets del norte. Krilenko consideraba que, sin duda alguna, "el agua había hervido suficientemente"; aplazar la resolución sobre la insurrección sería "el más grave error". Está, sin embargo, en desacuerdo con Lenin "sobre el problema de saber quién empezará y cómo empezar". Por el momento no es racional fijar claramente el día de la insurrección. "Pero el problema de la evacuación de las tropas es precisamente el motivo que provocará la batalla... Existe una ofensiva contra nosotros y así la podemos utilizar... No es cuestión de inquietarse por saber quién empezará, pues ya se ha empezado." Krilenko exponía y propugnaba la política que servía de base al Comité militar revolucionario y a la Conferencia de la guarnición. Es por este camino que se desarrolló después precisamente la insurrección.

Lenin no respondió nada a las palabras de Krilenko: las vivas imágenes de los seis últimos días en Petrogrado no se habían desarrollado ante sus ojos. Lenin temía los aplazamientos. Concentraba su atención en los adversarios directos de la insurrección. Tendía a interpretar toda reserva, todas las fórmulas convencionales, todas las respuestas insuficientemente categóricas como un apoyo indirecto a Zinóviev y Kámenev, los cuales se pronunciaban contra él con la intrepidez de quienes han quemado sus naves. "Los resultados de la semana -argumentaba Kámenev- demuestran que en estos momentos no hay condiciones favorables para la insurrección. No tenemos ni el aparato para la insurrección; el de nuestros enemigos es mucho más fuerte y, seguramente, ha aumentado en esta semana... Aquí se enfrentan dos tácticas: la de la conspiración y la de la confianza en las fuerzas activas de la revolución rusa." Los oportunistas siempre ofrecen su confianza en las "fuerzas activas" en el momento mismo en el que hay que luchar.

Lenin replicaba: "Si consideramos que la insurrección está madura, es inútil hablar de conspiración. Si, políticamente, la insurrección es inevitable, hay que considerar la insurrección como un arte." Precisamente sobre esta línea se desarrollaba el debate esencial dentro del partido, polémica de principios cuya solución en uno u otro sentido determinaba los destinos de la revolución. Sin embargo, dentro del marco general del razonamiento de Lenin, compartido por la mayoría del Comité central, surgían cuestiones secundarias pero de enorme importancia: ¿cómo, a partir de una situación política ya madura, pasar a la insurrección? ¿Qué puente utilizar de la política a la técnica de la insurrección? ¿Y cómo guiar a las masas por ese puente?

Yofe, que pertenecía al ala izquierda, apoyaba la resolución del día 10. Pero presentaba una objeción a Lenin en torno a un punto: "No es cierto que el problema se presente ahora en su aspecto puramente técnico; aun ahora, el problema de la insurrección ha de ser considerado desde el punto de vista político". Efectivamente, la última semana había demostrado que para el partido, para el soviet, para las masas, la insurrección no había llegado a plantearse como una simple cuestión de técnica. Fue precisamente por esa razón por lo que no se pudo mantener la fecha fijada el día 10.

La nueva resolución de Lenin llamando a "todas las organizaciones y a todos los obreros y soldados a una preparación multilateral y más intensa de la insurrección armada" es aprobada por veinte votos contra dos, los de Zinóviev y Kámenev, y tres abstenciones. Los historiadores oficiales alegan estas cifras para demostrar la completa insignificancia de la oposición. Pero simplifican la cuestión. El impulso hacia la izquierda era tan pronunciado entre las amplias masas del partido que los adversarios de la insurrección, no decidiéndose a hablar abiertamente, tenían interés en borrar la línea de división de principios entre los dos campos. Si, a pesar de la fecha fijada en un principio, la insurrección no se ha realizado antes del día 16, ¿acaso no se podría deducir que, posteriormente, hubiera que limitarse a seguir platónicamente "el camino hacia el levantamiento?" Quedó de manifiesto muy claramente en la misma sesión que Kalinin no estaba tan aislado. La resolución de Zinóviev: "No se admiten las manifestaciones antes de haberse entrevistado con la fracción bolchevique del Congreso de los soviets", es rechazada por quince votos contra seis abstenciones. Aquí es donde se verifican efectivamente las distintas opiniones; un cierto número de "partidarios" de la resolución del Comité central querían en realidad aplazar la decisión hasta el Congreso de los soviets y hasta una nueva conferencia con los bolcheviques de provincias, en su mayoría muy moderados. Estos últimos, si tenemos en cuenta las abstenciones, sumaban nueve sobre veinticuatro, es decir, más de un tercio. Era, por supuesto, una minoría, pero para el Estado Mayor era considerable. La irremediable debilidad de ese Estado Mayor estaba determinada por el hecho de que no tenía ningún apoyo en la base del partido y en la clase obrera.

Al día siguiente, Kámenev, de acuerdo con Zinóviev, entregó al periódico de Gorki una declaración atacando a la resolución adoptada en la víspera. "No solamente yo y Zinóviev, sino también un cierto número de camaradas prácticos -así se expresaba Kámenev- consideramos que asumir la iniciativa de una insurrección armada en este momento, dada la relación de fuerzas sociales, sería un paso inadmisible, peligroso para el proletariado y la revolución... Jugarlo todo... a la carta del levantamiento en estos próximos días sería un acto de desesperación. Nuestro partido es demasiado fuerte, tiene ante él un porvenir demasiado grande como para dar tales pasos..." Los oportunistas se sienten siempre "demasiado fuertes" para entrar en la lucha.

La carta de Kámenev era una verdadera declaración de guerra al Comité central, y en torno a una cuestión sobre la que nadie tenía la intención de bromear. La situación adquirió de pronto una gravedad extrema. Se complicó con otros episodios individuales que tenían un origen político común. En la sesión del Soviet de Petrogrado del día 18, Trotsky respondió a preguntas formuladas por los adversarios, declaró que el Soviet no fijaba el levantamiento para los próximos días, pero que, si se viera obligado a fijarlo, los obreros y los soldados marcharían juntos como un solo hombre. Kámenev, que estaba junto a Trotsky en la mesa, se levantó inmediatamente para hacer una corta declaración: suscribió totalmente las palabras de Trotsky. Era una sucia jugada: mientras que Trotsky, con una fórmula aparentemente defensiva, camuflaba jurídicamente la política de la ofensiva, Kámenev intentó utilizar la fórmula de Trotsky, con quien estaba en radical desacuerdo, para camuflar una política directamente opuesta.

Para paralizar el efecto de la maniobra de Kámenev, Trotsky dijo el mismo día en un informe para la Conferencia panrusa de los Comités de fábrica: "La guerra civil es inevitable. únicamente es preciso organizarla de la manera menos sangrienta y menos dolorosa. Esto no se consigue con vacilaciones y tergiversaciones, sino con la lucha obstinada y valiente por la conquista del poder." Todos comprendían que la referencia a las tergiversaciones aludía a Zinóviev, Kámenev y a los que compartían su opinión.

Por otro lado la declaración de Kámenev en el Soviet es sometida a examen por Trotsky en la siguiente sesión del Comité central. Mientras tanto, Kámenev, deseando tener las manos libres para la agitación contra la insurrección, dimitía del Comité central. La cuestión fue discutida en su ausencia. Trotsky insistía en que "la situación que se había producido era absolutamente intolerable" y proponía aceptar la dimisión de Kámenev (*).

Sverdlov, que apoyaba la propuesta de Trotsky, leyó públicamente una carta de Lenin que estigmatizaba a Zinóviev y Kámenev por haberse pronunciado en el periódico de Gorki como Streikbrecher [esquiroles] y exigía su expulsión del partido. "La superchería de Kámenev en la sesión del Soviet de Petrogrado -escribía Lenin- es algo realmente sucio; dice que está de acuerdo con Trotsky. Pero, ¿es difícil comprender que Trotsky no podía decir ante los adversarios más de lo que dijo, que no tenía derecho, que no debía? ¿Es, pues, difícil de comprender que... la resolución sobre la necesidad de una insurrección armada, sobre su entera maduración, sobre su preparación en todos los aspectos, etc. obliga, en las declaraciones públicas, a echar no sólo la culpa sino también la iniciativa al adversario?... El subterfugio de Kámenev es simplemente una estafa."

Al enviar su indignada protesta por intermedio de Sverdlov, Lenin no podía saber aún que Zinóviev, en una carta a la redacción del órgano central, había declarado: él, Zinóviev, tenía opiniones "muy diferentes de las que discutía Lenin"; él, Zinóviev, "se adhería a la declaración formulada ayer por Trotsky en el Soviet de Petrogrado". Con el mismo espíritu se pronunció en la prensa un tercer adversario de la insurrección, Lunacharski.

Sumándose a un confusionismo pérfido, la carta de Zinóviev, publicada en el órgano central precisamente la víspera de la sesión del Comité central, el día 20, fue acompañada de una nota expresando la simpatía de la redacción: "Por nuestra parte, tenemos la esperanza de que, gracias a la declaración hecha por Zinóviev (así como la hecha por Kámenev en el Soviet), el problema puede considerarse liquidado. El tono violento del artículo de Lenin no cambia nada el hecho de que, en lo esencial, tenemos una misma opinión." Era una nueva puñalada en la espalda viniendo de donde no se esperaba. Mientras que Zinóviev y Kámenev hacían, en la prensa enemiga, una agitación abierta contra la decisión del Comité central sobre la insurrección, el órgano central condena el tono "violento" de Lenin y constata su unidad de miras con Zinóviev y Kámenev "en lo esencial". ¡Como si en estos momentos hubiera existido un problema más esencial que el de la insurrección! Según un acta resumida, Trotsky declaró, en la sesión del Comité central, "inadmisibles las cartas de Zinóviev y Lunacharski al órgano central, así como también la nota de la redacción". Sverdlov apoyó la protesta.

Stalin y Sokolnikov formaban parte de la redacción. El acta dice; "Sokolnikov hace saber que no tiene nada que ver con la declaración de la redacción en relación a la carta de Zinóviev y que considera esa declaración errónea." Se descubrió que Stalin, personalmente -contra otro miembro de la redacción y la mayoría del Comité central- había apoyado a Zinóviev y Kámenev en el momento más crítico, cuatro días antes del comienzo de la insurrección, con una declaración de simpatía. La irritación fue grande.

Stalin se pronunció contra la aceptación de la dimisión de Kaménev, demostrando que "toda nuestra situación era contradictoria", es decir, se encargó de defender el confusionismo que propagaban los miembros del Comité central que se declaraban opuestos a la insurrección. Por cinco votos contra tres, la dimisión de Kámenev es aceptada. Por seis votos, de nuevo contra Stalin, se aprueba una decisión que prohíbe a Kámenev y Zinóviev enfrentarse al Comité central. El acta dice: "Stalin declara que se retira de la redacción". Para no agravar una situación que ya no era fácil, el Comité central rechaza la dimisión de Stalin.

El comportamiento de Stalin puede parecer inexplicable si se acepta la leyenda creada en torno suyo; en realidad corresponde por completo a su formación espiritual y a sus métodos políticos. Ante los grandes problemas, Stalin retrocede siempre, no porque le falte carácter, como a Kámenev, sino porque es corto de miras y carece de imaginación creadora. Una prudencia sospechosa le obliga casi orgánicamente, en los momentos de grave decisión y de profunda disensión, a retirarse a la sombra, a esperar y, si es posible, a asegurarse dos salidas posibles. Stalin votaba con Lenin a favor de la insurrección. Zinóviev y Kámenev luchaban abiertamente contra la insurrección. Pero, dejando de lado "el tono violento" de la crítica leninista, "en lo esencial tenemos la misma opinión". No es por aturdimiento por lo que Stalin puso su nota: al contrario, medía con cuidado las circunstancias y las palabras. Pero el 20 de octubre no creía posible cortar todos los puentes hacia el campo de los adversarios de la insurrección.

Las actas que nos vemos obligados a citar no según el original, sino según el texto oficial, elaborado en una oficina estalinista, no sólo reflejan la verdadera actitud de cada miembro del Comité central bolchevique, sino que también, a pesar de su brevedad, nos ofrecen el verdadero panorama de la dirección del partido tal cual era: con todas sus contradicciones internas e inevitables tergiversaciones individuales. No solamente la Historia en su conjunto, sino también las insurrecciones más audaces, son realizadas por hombres a quienes nada humano les es extraño. ¿Acaso disminuye eso la importancia de lo realizado?

Si sobre la pantalla se proyecta la más brillante de las victorias de Napoleón, la película nos mostraría, junto con el genio, la grandeza, los aciertos y el heroísmo, la irresolución de ciertos mariscales, las equivocaciones de generales que no saben leer en un mapa, la estupidez de los oficiales, el pánico de destacamentos enteros y hasta los cólicos del miedo. Ese documento realista probaría únicamente que el ejército de Napoleón no estaba formado por los autómatas de la leyenda, sino por franceses de carne y hueso educados en la confluencia de dos siglos. Y el cuadro de las debilidades humanas subrayaría únicamente de manera más viva la grandiosidad de todo el conjunto.

Es más fácil elaborar después la teoría sobre la insurrección que asimilarla íntegramente antes de que se haya producido. La proximidad de la insurrección ha provocado inevitablemente y provocará crisis de los partidos insurreccionales. Así lo testimonia la experiencia del partido mejor templado y más revolucionario que la Historia ha conocido hasta ahora. Basta recordar que, pocos días antes de la batalla, Lenin se vio obligado a exigir que se excluyera del partido a dos de sus discípulos más próximos y más conocidos. Las tentativas posteriores a reducir el conflicto a "circunstancias fortuitas" de carácter personal se inspiran en una idealización, en cierto modo, puramente eclesiástica del pasado del partido. Del mismo modo que Lenin expresaba, más completa y decididamente que otros, durante los meses del otoño de 1917, la necesidad objetiva de la insurrección y la voluntad de las masas dirigidas hacia el levantamiento, así también Zinóviev y Kámenev, más sinceramente que los otros, encarnaban las tendencias restrictivas del partido, el espíritu de indecisión, la influencia de las relaciones con los partidos burgueses y la presión de las clases dirigentes.

Si todas las conferencias, controversias, discusiones particulares que se produjeron dentro de la dirección del partido bolchevique tan sólo en octubre hubieran sido estenografiadas, las generaciones futuras podrían constatar por medio de qué lucha intensa se formó, en las altas esferas del partido, la intrepidez necesaria para la insurrección. El estenograma demostraría hasta qué punto la democracia interna es necesaria para un partido revolucionario: la voluntad de lucha no reside en frías fórmulas ni viene dictada desde arriba, es preciso siempre renovarla y fortalecería.

Stalin, refiriéndose a una afirmación del autor de esta obra, que decía que "el instrumento esencial de una revolución proletaria es el partido", preguntaba en 1924: "¿Cómo pudo vencer nuestra revolución si "su instrumento esencial" resultó sin valor?" La ironía no logra esconder la falsedad y el primitivismo de esta réplica. Entre los santos tal como los pinta la Iglesia, y los diablos tal como los representan los candidatos a la santidad, se encuentran los hombres de carne y hueso: son ellos los que hacen la Historia. El temple acerado del partido bolchevique se manifestaba no en la ausencia de desacuerdos, de vacilaciones e incluso de desfallecimientos, sino en que, en las circunstancias más difíciles, salía a tiempo de las crisis internas y aseguraba la posibilidad de una intervención decisiva en los acontecimientos. Esto significa también que el partido, en su conjunto, era un instrumento perfectamente adecuado para la revolución.

Un partido reformista considera prácticamente inconmovibles las bases del régimen que se dispone a reformar. Por ello, inevitablemente, queda subordinado a las ideas y a la moral de la clase dirigente. Habiéndose elevado sobre las espaldas del proletariado, la socialdemocracia se ha convertido tan sólo en un partido burgués de segunda calidad. El bolchevismo ha creado el tipo del verdadero revolucionario que, fijándose objetivos históricos incompatibles con la sociedad contemporánea, subordina la condición de su existencia individual, sus ideas y sus juicios morales a aquellos. Las distancias indispensables con respecto a la ideología burguesa eran mantenidas en el partido a través de una vigilancia intransigente cuyo inspirador era Lenin. No dejaba de trabajar con el escalpelo cortando los lazos que el ambiente pequeñoburgués creaba entre el partido y la opinión pública oficial. Al mismo tiempo Lenin enseñaba al partido a formar su propia opinión pública, apoyándose en el pensamiento y en los sentimientos de la clase ascendente. Así, a través de la selección y la educación, en una lucha continua, el partido bolchevique creó su medio no solamente político, sino también moral, independientemente de la opinión pública burguesa e irreductiblemente opuesto a ésta. Fue solamente esto lo que permitió a los bolcheviques superar las vacilaciones en sus propias filas y manifestar la viril resolución sin la cual la victoria de Octubre hubiera sido imposible.

* Según las actas del Comité central de 1917, publicadas en 1929, Trotsky habría explicado su declaración en el Soviet diciendo "que habría sido forzado por Kámenev". Hay un evidente error de registro de las palabras o, más tarde una redacción inexacta. La declaración de Trotsky no necesitaba ser prácticamente elucidada: derivaba de las circunstancias mismas. Por un curioso azar, el Comité regional moscovita, que apoyaba totalmente a Lenin, se vio obligado a publicar el mismo 18, en un periódico de Moscú, una declaración que reproducía casi literalmente la fórmula de Trotsky: "No somos un partido de pequeños conspiradores y no fijamos a escondidas las fechas de nuestras manifestaciones... Cuando nos decidamos a avanzar, lo diremos en nuestra prensa..." No se podía responder de otro modo a las preguntas directas de los enemigos. Pero, si bien la declaración de Trotsky no obedecía ni podía obedecer a la presión de Kámenev, éste la puso en un compromiso con su falsa solidaridad, y en unas condiciones en que Trotsky no tenía la posibilidad de poner los indispensables puntos sobre las íes.

 

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